Lima fue fundada un 18 de enero de 1535. Su historia es una que evoca, que nos retorna en el tiempo. Las historias que se tejen alrededor de ella son innumerables.
Luis Miguel Cangalaya
Para quienes estamos cerca del ámbito editorial no es un secreto que la publicación en el Perú es una lucha constante, con altibajos, por cierto, pero dura, tenaz, y que implica una gran fuerza de voluntad. Con la existencia de muchas editoriales independientes, el espacio para la publicación parece ser más generoso; sin embargo, no implica necesariamente calidad y cuidado en la edición.
Uno de los cuentos que más recuerdo de la infancia representa aquel billete anaranjado que nunca encontré. “El niño de junto al cielo” de Enrique Congrains Martín era la representación de la esperanza reprimida para quienes vivíamos como Esteban, luchando cada día contra esa bestia de un millón de cabezas que era Lima.
Robert Green Ingersoll fue un abogado y orador estadounidense, y un permanente crítico de la religión. A él se le atribuye una frase que parece extraña para quien se consideraba agnóstico: “Los creyentes en milagros nunca deberían tratar de explicarlos. No hay más que una forma de explicar algo, y es demostrarlo por medios naturales. El momento en que uno explica un milagro, ya desaparece”.
El Principito es mucho más que un libro infantil. Antoine de Saint-Exupéry entrega una fabulosa historia donde la reflexión es el punto de partida para desarrollar personajes simbólicos. Uno de ellos es un rey que se encuentra en un pequeño planeta: “El rey estaba instalado, vestido de púrpura y armiño, sobre un trono muy simple y sin embargo majestuoso”.
Luis García Montero escribe el poema “Domingos por la tarde”, incluido en su libro Vista cansada, para agradecer al fútbol las horas de amistad y de exaltación, tal como él lo confiesa: “A veces las infancias escapan de sí mismas / y corren por la lluvia como en fuera de juego / sin oír las sirenas de los árbitros.
La depresión le ganó la vida. Y quizá fue eso y mucho más: la angustia, la inquietud, el dolor: todo lo que nos lleva a cometer hasta los peores actos. Eso fue. Esa crisis emocional se llevó a José María Arguedas, el sufrimiento encarnado en el alma y en su vida misma.
Sucede que por esas cosas del destino y de la educación pública, en el colegio no nos enseñaron a leer a Vallejo. En aquellos años las clases escolares comenzaban en abril (incluso, a veces después del feriado por Semana Santa) y en las primeras semanas los profesores no se acordaban de su nacimiento ni de su muerte que muchas veces coincidía con la formación escolar de todos los lunes.
Existe una compleja paradoja sobre la edad. Mientras más años cumplimos, menos tiempo de vida poseemos o nos acercamos al ocaso, ese al que no queremos llegar. Es decir, cada cumpleaños es un acercamiento hacia el final.
Muchos libros han abordado el periodo de la independencia de nuestro país, ese largo proceso de casi 300 años, en medio de enfrentamientos, resistencia y batallas que permitieran recuperar la soberanía nacional. Los puntos de vista han sido diversos, pero muy pocos han podido contar la historia paralela a la que muestran los textos de historia.
Los libros cartoneros han comenzado a tener un impulso importante en estos últimos tiempos. Se trata de libros elaborados con cartón que permiten un acercamiento mucho más natural a partir de una producción artesanal.
La pandemia ha sido una etapa sumamente complicada para el sector educación. No solo los estudiantes han sufrido los estragos del paso de la presencialidad a la virtualidad sin contar con los medios necesarios para que puedan aprender.
Esta semana diversos medios de prensa dieron espacio a una profesora que camina 3 horas para llegar a su escuela. La historia llamaba la atención. Gaby Perales viaja todos los días durante dos horas en auto y luego camina tres horas más entre arbustos, lluvias y terrenos abruptos para llegar al caserío El Tunal, en San Ignacio, Cajamarca, casi en la frontera con Ecuador.
La locución latina no es una novedad. Menos ahora, por cierto. “Pan y circo”, esa locución latina que tenía como propósito la distracción y con ello permitir que el gobierno realice lo que quiera sin objeción del pueblo. La fórmula era simple: había que darle alimento y entretenimiento de baja calidad para mantener a la población dócil, ocupada y, por supuesto, callada.
Cristian Ramírez y Paolo Astorga son dos jóvenes educadores que, además, vienen dedicando su vida a la literatura y a actividades culturales. Desde hace más de un año sacan adelante el programa ‘Los sábados culturales’ que se difunde a través de plataformas virtuales.
“Escribo la palabra muerte deseando que no sea más que eso una palabra dibujada con dedos temblones”. La frase es potente, sugerente, una especie de invitación a la intimidad, al reconocimiento. El título también es sugerente, y más todavía. Si acaso no es el mejor libro de Juan Carlos Onetti, tiene un sabor especial, del mismo modo que lo tienen los que se escriben como un diario.
Existe un episodio en la recordada serie “El narrador de cuentos” que se tituló “Juan sin miedo”, basado en el cuento de los hermanos Grimm. El centro de la trama narra que el personaje principal se lamentaba de no saber lo que es el miedo y, precisamente, con la intención de poder conocerlo, recorre una serie de aventuras para sentir esa experiencia. El camino no es fácil, por cierto.