La paradoja del ocaso
Existe una compleja paradoja sobre la edad. Mientras más años cumplimos, menos tiempo de vida poseemos o nos acercamos al ocaso, ese al que no queremos llegar. Es decir, cada cumpleaños es un acercamiento hacia el final. Y, precisamente, esa paradoja del ocaso es la que nos advierte las consecuencias de seguir creciendo, de seguir cumpliendo años, entonces preferimos hacernos pequeños, retroceder el tiempo, ir hacia atrás como en aquella novela de Alejo Carpentier Viaje a la semilla. La situación es compleja. No se puede ir contra el reloj. Por el contrario, el reloj va contra nosotros, nos acorrala y nos amenaza.
Existen otros casos, en cambio, donde el tiempo parece no importar. Ignorar o ser indiferente ante el paso de los años es una tarea mucho más compleja aún. Existe un poema de José Saramago titulado ¿Qué cuántos años tengo? donde manifiesta una tranquilidad por el tiempo y más bien logra sentirse a gusto por lo alcanzado. La edad se convierte en un espacio de consolidación, de experiencia y de fuerza: “¡Qué importa eso! / ¡Tengo la edad que quiero y siento! / La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. /Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido… / Pues tengo la experiencia de los años vividos / y la fuerza de la convicción de mis deseos”.
Así, el aparente ocaso pareciera perder importancia. En todo caso, se debilita. Los años permiten acariciar los sueños, esos que quizá en la juventud se ven lejanos. Y, además, las ilusiones que muchas veces terminan perdiéndose en el camino, con los años se convierten en una esperanza realizable: “Tengo los años en que los sueños, / se empiezan a acariciar con los dedos, / las ilusiones se convierten en esperanza. / Tengo los años en que el amor, / a veces es una loca llamarada, / ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. / y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa”.
La paradoja del ocaso es, finalmente, la paradoja de los años. Sin embargo, la manera como cada quien lo asume depende de la forma como los ha vivido y como los ha enfrentado. Los años, vistos de esa manera, no terminarían siendo una carga, más allá de las enfermedades, los males y las angustias, sino serían una oportunidad para concretar el proyecto de vida que nos hemos formado desde muchos años atrás.
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