El poeta que no conocimos a tiempo
Sucede que por esas cosas del destino y de la educación pública, en el colegio no nos enseñaron a leer a Vallejo. En aquellos años las clases escolares comenzaban en abril (incluso, a veces después del feriado por Semana Santa) y en las primeras semanas los profesores no se acordaban de su nacimiento ni de su muerte que muchas veces coincidía con la formación escolar de todos los lunes. Y es que, en esos años, esas primeras semanas de las escuelas públicas eran una prolongación de las vacaciones, pero con uniforme y en un aula de clases. Por eso Vallejo no importó y mucho menos supimos más allá de ese poema donde los golpes de la vida eran tan fuertes. Así, en las clases de lenguaje, apenas habíamos leído Paco Yunque en un remoto recuerdo donde, además, la profesora había hecho una pésima interpretación del cuento mientras toda la clase asentía con la fotocopia entre las manos.
Vallejo tampoco era un poeta triste como nos contó el profesor de literatura en la secundaria. Ese hombre de extremidades alargadas se atrevía a hablar del poeta universal y nos hacía creer los mitos como si fueran verdad. Y, entonces, cogía Los heraldos negros entre sus manos y comenzaba a leer uno por uno, mientras se esforzaba por vocalizar mientras agitaba los brazos y cerraba los ojos para sentir los versos. Y nos mentía. Como en la primaria, nos había hecho llenar los cuadernos con los únicos libros que decía que había escrito Vallejo: Los heraldos negros, Trilce y Poemas humanos. Y a veces agregaba El tungsteno. Sin embargo, nunca nos habló de los ensayos ni de las obras teatrales. Tampoco comprendimos su labor periodística ni nos asomamos a los poemas en prosa. A Vallejo lo había relegado a un sujeto simple, a un poeta más del montón, de esos que se pasan la página cuando se completaban las actividades en los libros escolares. Y así, olvidado, Vallejo se unía a otros poetas de su generación menos conocidos y mucho más olvidados que él.
Vallejo fue, en todo caso, aquel poeta que conocimos a medias. Y esa historia mal contada era una realidad fragmentada de lo que significaba verdaderamente. Nunca lo supimos. Con todo eso, mis compañeros de clase no estudiaron Literatura como yo lo hice muchos años después y, seguramente, seguirán creyendo las fábulas que nos contaron sobre el más grande poeta que, lamentablemente, no pudimos conocer a tiempo.
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