ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

César Alfredo Montes de Oca Dibán

Imagen

Hay mitos que se cuentan para niños y otros que parecen reflejo de la realidad. El mito de la caverna de Platón, narrado en La República (libro VII, circa 380 a. C.), es uno de esos relatos eternos que, aunque concebido para hablar de la verdad y la ignorancia, bien podría describir al Perú.

Somos un país que nació invocando la libertad y se convirtió en su antítesis con la sobrerregulación. La patria de la “independencia o nada” pasó a ser la del “pida permiso para todo”.

Acaba de terminar otra convención minera en el Perú: discursos grandilocuentes, estadísticas brillantes, cócteles generosos y promesas de “desarrollo sostenible”.

La Constitución es la “madre de todas las leyes”, la ley es la “reina del ordenamiento” y los tratados de derechos humanos son el “compromiso solemne con la humanidad”.

Si creemos que la filosofía, las matemáticas y el derecho están divorciados, recordemos la “paradoja del abuelo”, donde el viajero en el tiempo elimina a su propio abuelo y, por lo tanto, elimina su propia existencia. Algo así como lo que vemos en el Perú: creamos instituciones para matarlas, aprobamos leyes para incumplirlas y elegimos autoridades para vacarlas.

La Traviata de Giuseppe Verdi se estrenó en 1853. Esta ópera narra la vida de Violetta Valéry, cortesana que oscila entre la pasión y el sacrificio, hasta ser absorbida por la hipocresía social y la tuberculosis decimonónica. Algo así ocurre con el Perú, atrapado entre el deseo de ser república moderna y la costumbre de confiar en el azar y la improvisación.

Tacna es conocida como la “Ciudad Heroica”, y el Perú entero se ufana irónicamente de ese título como si fuese propio. Lo lamentable es que, mientras Tacna resistía casi medio siglo de ocupación chilena sin renunciar a su peruanidad, el resto del país perfeccionaba la costumbre de rendirse antes de pelear.

Max Weber —sociólogo, economista, jurista, historiador y politólogo alemán— distinguió tres tipos de dominación legítima: la tradicional, la carismática y la racional-legal en su obra Economía y sociedad (1922).

Si una novela se titulara Perú, Arequipa sería ese personaje principal que irrumpe en escena con cultura refinada, seguridad aplastante y la frase más atinada. Es bella, orgullosa, volcánica —literalmente— y, admitámoslo, un tanto insoportable.

Cada día se violan derechos, se burla la ley y la historia se repite cíclicamente. Lo grave es que ya ocurre sin asombrarnos, y solo nos indignamos cuando estamos comprometidos, en calidad de víctimas, en alguno de estos eventos. Surge un escándalo de corrupción y respondemos, con un encogimiento de hombros: “Así es Perú”.

Cada día se violan derechos, se burla la ley y la historia se repite cíclicamente. Lo grave es que ya ocurre sin asombrarnos, y solo nos indignamos cuando estamos comprometidos, en calidad de víctimas, en alguno de estos eventos. Surge un escándalo de corrupción y respondemos, con un encogimiento de hombros: “Así es Perú”.

Muchas veces se ha dicho que la política peruana se asemeja a un circo, con sus payasos, animales, equilibristas, dueños y espectadores. Sin embargo, creemos que se parece más a una ópera... pero no a una bella y trágica, sino a Turandot, la obra inconclusa de Puccini, con princesas vengativas, pretendientes decapitados, cortesanos serviles y un pueblo sometido al capricho del poder.

“¡Independencia o muerte!”, se exclamaba en plazas públicas durante la gesta emancipadora del Perú, mientras los criollos —esos eternos sobrevivientes del sistema— se acomodaban para seguir en el poder, solo que ahora sin rey.

Nuestro querido Perú es mágico. Lo tiene todo: biodiversidad, culturas milenarias, gastronomía reconocida, recursos naturales que generan envidia en cualquier país y, por supuesto, una población resiliente que sonríe incluso cuando sus autoridades le fallan más allá de toda duda razonable.

Entre normas, emociones, caos y argumentos irreverentes, vemos que respetar la autoridad es una virtud… siempre y cuando no sea adversa a nuestros intereses. Es decir, cuando el respeto se da por conveniencia. Por eso hacemos una toma legal al principio de autoridad, en tanto este vincula los deberes de obediencia y respeto hacia quienes ejercen funciones públicas en nombre del Estado.

Nos referiremos a una de las pocas figuras jurídicas que contempla una hipocresía legal, un doble discurso. Hablamos de los actos de hostilidad laboral. Sí, de aquellos gestos no tan pequeños con los que los empleadores logran su cometido sin mancharse las manos: degradar, marginar o forzar la renuncia de un trabajador mientras mantienen una sonrisa corporativa de cumplimiento normativo.

En el Perú, como en muchas partes del mundo, se habla mucho de justicia, pero se la vive poco. El derecho se invoca en protestas, sentencias o discursos, pero ¿cuándo se convierte realmente en una herramienta que humaniza, repara y permite una vida digna?

El físico austríaco Erwin Schrödinger propuso la paradoja del gato como una crítica al modelo de la mecánica cuántica defendido por el Grupo de Copenhague, encabezado por Niels Bohr. En su artículo “La situación actual de la mecánica cuántica” (1935), plantea un experimento teórico: un gato es encerrado en una caja con un dispositivo que libera veneno al ser observado.

PUBLICIDAD