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Arequipa, la ciudad que siempre quiso ser país

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Fecha Publicación: 15/08/2025 - 21:30
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Si una novela se titulara Perú, Arequipa sería ese personaje principal que irrumpe en escena con cultura refinada, seguridad aplastante y la frase más atinada. Es bella, orgullosa, volcánica —literalmente— y, admitámoslo, un tanto insoportable.
La “Ciudad Blanca” presume de su sillar, su historia, sus valores cívicos y una obstinada voluntad de autonomía que incomoda a los centralistas. Si hiciéramos una lectura legal de esta ciudad —rebautizada por algunos como “Mistilandia” por la sombra del volcán que la custodia—, hallaríamos historia, conflictos, derecho… y una soberbia tan arraigada que ya forma parte de su patrimonio.
Fundada en 1540 por Garci Manuel de Carbajal sobre una ciudad quechua, fue bautizada como Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunción. Desde entonces, ha sido tierra de mestizaje geográfico y cultural: andina y mediterránea a la vez, con el Misti vigilando como un viejo magistrado que no dice nada, pero lo juzga todo.
Su centro histórico, Patrimonio de la Humanidad (UNESCO, 2000), no es solo una joya arquitectónica: es prueba de que la ley también puede tallarse en piedra. Porque ¿qué es el derecho sino arquitectura social?
Esa arquitectura moldeó una personalidad única: autonomía local, orgullo cívico y una saludable desconfianza hacia el poder central. Como recuerda Jorge Basadre en Historia de la República del Perú (1968), Arequipa fue cuna de un regionalismo firme que se opuso sistemáticamente al autoritarismo limeño. En los siglos XIX y XX fue escenario de pronunciamientos, gobiernos paralelos y una retórica política que mezcla derecho, caudillismo y debates en cafés.
Arequipa no pide reconocimiento: lo exige. La denominación de sus instituciones, su cultura jurídica —esa costumbre de litigar, disentir y movilizarse— la convierte en un sujeto político con voz propia. Sus símbolos no se negocian: la Virgen de Chapi, el sillar y su historia son armas en litigios y negociaciones con el Estado.
El derecho aquí no es neutro: es campo de batalla. Aplicado con sensibilidad, pacifica; impuesto con ceguera, incendia. Arequipa exporta juristas, intelectuales y discursos como exporta pisco y rocoto relleno. Sus universidades son fábricas de pensamiento crítico y liderazgos que entienden el derecho como acción pública.
Pero es también un territorio de tensiones: entre tradición y modernidad, inversión y medio ambiente, desarrollo y equidad. Su republicanismo local, si no se cuida, puede deslizarse hacia el particularismo.
Económicamente, Arequipa es un motor: agroexportación, industria, turismo y minería. Pero esa prosperidad plantea dilemas jurídicos. Como señaló el Tribunal Constitucional (STC 0001-2012-PI/TC), la inversión no debe imponerse ignorando identidades y demandas legítimas.
No en vano Ferrajoli advirtió: “Un derecho sin garantías es mera técnica del poder” (Derecho y razón, 1995). Aquí, entre volcanes y campiñas, el derecho y la libertad no se negocian, y la palabra no se calla.
¡Feliz día, Arequipa!

(*) Abogado, docente universitario, consultor legal

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