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José Cevasco

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Pocos saben que incursioné por primera vez en la música a los trece años, en el programa de Augusto Ferrando “Trampolín a la Fama”, haciendo dúo con mi amigo desde la infancia Alberto Sierra Alta; ambos cantamos “A veces tú, a veces yo” de Julio Iglesias. Con el aplauso del público ganamos la primera fecha, pero ya no participamos para la segunda porque Alberto vivía en Ica y no pudo venir.

¿Qué misterios nos tendrá la muerte? Es la pregunta que me hice, luego de tener a dos amigos que nos dejaron sin avisar: Carlos Chipoco Cáceda y Javier Barreda Jara. Ambos, de diferentes cunas políticas pero muy bien criados.

La semana pasada en el artículo que les presenté, hice conocer que en el distrito de Yungar, de la región Ancash, se venían realizando cobros a los jóvenes por el uso de la cancha de vóley.

Aprendí en la escuela básica y luego en la superior, la diferencia entre bienes privados y los bienes públicos. Estos segundos son los que me interesan, porque de acuerdo con su naturaleza, deben ser para uso de las personas; pagamos impuestos, y el Estado nos lo revierte con bienes para ser usados por todos.

La tensión entre los estudiantes era fuerte, nadie quería regresar a su país derrotado, dado que el curso era para funcionarios públicos de América Latina.

Y no fui al concierto de Paul McCartney, quien se presentaba en la Plaza de Toros Las Ventas de Madrid; la entrada súper barata a diez dólares, y lo que me llamó la atención en esa época es que la entrada te permitía estar en cualquier parte de la plaza, es decir que si llegabas temprano podías acomodarte lo más cerca del escenario.

Estudié un postgrado en España, becado gracias al gobierno español, y al Senado de la República que me dio licencia para poder viajar. Antes, firmé un compromiso con el Estado, para no quedarme y regresar a trabajar por el doble del tiempo del período de licencia. El propósito era retornar al Perú y revertir mis conocimientos a la institución.

El miércoles es el Día Internacional del Trabajo. Paradójicamente este día declarado festivo es para recordar a los mártires de Chicago que, en 1889, realizaron protestas para establecer la jornada laboral de 8 horas.

De ese tiempo a esta parte muchas cosas han cambiado, entre otras, por el uso de las tecnologías de la información.

Conocía a Alan García más o menos a los 17 años en la universidad; él nos daba charlas los sábados. Eran evidentes sus conocimientos y capacidad oratoria. Luego lo veía en el Congreso cuando fue diputado y tuve, con el tiempo, el honor de acompañarlo desde el Congreso hasta Palacio de Gobierno luego que jurara por primera vez el cargo de presidente de la República.

A fines del 2016 el Congreso iniciaba la interpelación al primer ministro de Educación de este quinquenio.

Repasaba la vida de Juan XIII y las reformas a la iglesia católica durante su papado. Entre otras importantes, la que más me hizo reflexionar fue aquella para que las misas puedan realizarse en el idioma de cada país. Recordemos que, hasta la década del sesenta, los sacerdotes celebraban las misas de espaldas a los feligreses y en latín.

Después de muchas semanas regresé por el centro de Lima; para ser específicos por mi ex centro de labores. Las calles de los jirones Junín y Azángaro, así como de la avenida Abancay, en realidad son extensiones del Palacio Legislativo.

Durante la semana que pasó, atravesé una serie de frustraciones en el largo camino que significa poner en práctica un emprendimiento. Las puertas se cierran si no tienes los contactos adecuados, las llamadas telefónicas van, pero nunca regresan y las promesas fluyen sin resultados aparentes o esperados.

Como les conté la semana pasada, estoy en un proyecto privado y por ello tuve la oportunidad de visitar el distrito de Surco con ocasión de la festividad de la vendimia. Además de la buena organización del evento, sobre todo en la prevención de la seguridad, me llamó la atención el poco tránsito de mototaxis y el orden de los que expenden emolientes.

A propósito de una visita médica que hice esta semana, el doctor luego de terminar conmigo la consulta me preguntó: “¿usted es del Congreso?” Y mi respuesta fue: “sí, doctor”. A renglón seguido me preguntó: “¿y cómo ve la política desde afuera” Y mi respuesta fue: “para serle sincero, doctor, el tema de la política en general ni la sigo, ya no me atrae y menos me llama la atención…”

La frase que titula esta columna, ayer se me vino a la cabeza luego de leer la noticia donde los suboficiales de resguardo de un congresista lo desmintieron en el caso del acoso sexual por WhatsApp.

Me pregunto, ¿una persona puede ser capaz de mentir para salvar su pellejo, sin importarle que eso pudiera desgraciarles la vida a las otras personas?

Uno de los tantos problemas que tiene el Congreso es que la población no distingue entre la actividad individual de los congresistas y el trabajo que hace el Parlamento en su conjunto. Si un congresista se porta mal en su vida privada, el costo negativo de ese comportamiento lo asume toda la institución de Congreso, pero ¿qué pasa si el congresista se porta bien y no da opción al escándalo?

La Providencia nos sorprende en cada instante de nuestras vidas. Hoy sábado que no tenía tema para escribir, llegué a mi casa para almorzar y encontré a mi madre conversando con una señora venezolana, que se había quedado sin trabajo; hubo empatía desde el primer momento y creo que sería una buena compañía para mi octogenaria madre.

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