La ansiedad remite al miedo injustificado y a la falta de control. He sido testigo de ataques de pánico en situaciones tranquilas y más entre amigos que pasan años sin empleo o entre aquellos que, heridos, viven atados a una cama o a una sala, sin movilidad. Falta de control, como la de quien aborda un avión y debe resignarse a volar “sin bajarse en la esquina”.
Raúl Mendoza
El problema de tener a tantos opinando es que la verdad puede ser cualquier cosa. La posverdad en Internet debería fortalecer al periodismo, que se ofrece como la última ratio científica en la verificación de hechos. Tras la muerte del expresidente Alan García se tejieron muchas especulaciones, tantas que parecía un juego de detectives.
Ortega nos insinuaba sobre esa tendencia al perpetuo estado de embriaguez. Algún explorador de libros pensará en la “soma”, esa sustancia que en “Un mundo feliz”, de Huxley, nos conduce a una sensual placidez. “La droga es mala”, desde luego que sí y fui uno de tantos que la eludieron sin vuelta desde la adolescencia.
Discutían dos sobre la sexualidad sin llegar a conclusión. La única conclusión es que no hay ninguna, “salvo en las matemáticas y las ciencias” ¿La realidad habita nuestra mente? Kant nos lleva por ese camino y como Descartes terminamos dudando de todo. Ya que no podemos imponer nuestro credo, mejor dudar. No hay verdad firme ad infinitum sino puntos de vista.
Son cuatro los químicos de nuestro cerebro que producen felicidad: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina. Un abrazo estimula la liberación de dopamina. Varios likes en Facebook generan un efecto similar, así que Zuckerberg no tuvo que ingeniárselas para crear un vicio, especialmente para aquellos que tienen una autoestima baja y que dependen de la aprobación de los demás.
Escribía Ribeyro: “Somos un instrumento dotado de muchas cuerdas, pero generalmente, nos morimos sin que hayan sido pulsadas todas. Así, nunca sabremos qué música era la que guardábamos. Nos faltó el amor, la amistad, el viaje, el libro, la ciudad capaz de hacer vibrar la polifonía en nosotros oculta. Dimos siempre la misma nota”.
Una de las teorías que más perplejos nos dejan sobre el comportamiento humano es la injusta, sutil e inconfesa distancia para aquellos que más interés nos prestan. En contrapartida, a tenor de testimonios, el hombre o la mujer suman bonos a quien más los resiste. Se desprecia lo fácil y seguro, se valora lo que nos desafía. “Cuidar todo el tiempo”, dicen, reduce el valor del “cuidador”.
Interesante artículo de Rosa Montero en El País (España), “Cabras que vuelan”, del 3 de marzo de 2019. Lo escribió recordando la invitación de la novelista Ángela Vallvey para publicar un libro en el que varios escritores contaran lo humillante que es el oficio. Vamos a decirlo de otro modo: el escritor pasa años poniendo el corazón en su obra, pero las editoriales la rechazan.
La diferencia entre la empatía y el narcisismo es de extensión. El empático se coloca en la piel del otro y propende a amar, se extiende. El narcisista se encierra en su propio amor. Del narcisismo no puede nacer la compasión ni la ofrenda.
“Soy loco porque vivo en un mundo que no se merece mi sensatez”, dijo Bob Marley. No es la locura patológica sino la que asumimos como nuestro carácter, esa que nos lleva a prescindir de los mapas, los termómetros, los paraguas, para lanzarnos a vivir.
El hombre es voluntad pura decía Schopenhauer y los liberales completarán que la voluntad es egoísmo, no afecto. Rala comprensión si nos aferramos a la idea del amor como un “servirse hasta agotar y desentenderse”. El amor nunca es egoísta, es la suprema concesión de sí mismo al servicio del otro, es la entrega sin condición. No ama quien no se entrega ni se compromete.
La lectura y la observación paciente del entorno permiten decir que el éxito es conocimiento y habilidad, pero ambos son una porción menor en este preparado, porque la clave mayor y el efecto multiplicador del éxito es la actitud. Saber y ser hábil puede llevar al naufragio con la actitud equivocada.
El espíritu científico y la duda son la mejor formación para la búsqueda de la verdad, todo lo demás es fantasía e ilusión. En medio de las crisis, muchos huyen de las ciencias que no le dan respuestas hacia un universo de teorías extrañas que prescinden de la acción e inmovilizan. Recuerdo la sensación marketera que me produjo la primera lectura de El Secreto, de Rhonda Byrne.
Leía “Caín”, de Saramago, para redescubrir lo que ya sabía. Lo que torna en rebeldes a los hombres es el sentimiento de injusticia. Caín mata a Abel no solo por envidia, sino porque él se entrega y tiene el mérito, pero la bendición la tiene Abel. Es la sensación que produce la injusticia de no recibir lo que bien se merece. Caín mata a Abel porque no puede matar a Dios.
Fromm escribía sobre ese inagotable instinto de fusionarnos. “En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. A veces, al volver a aquella lectura, pienso en el número de hombres que asumen que fusionarse es poseer y poseer es defender lo que se posee, con violencia.
‘Black Mirror’ es una serie de Netflix para quienes gustan de la ciencia ficción. Lo curioso es que utiliza el Bandersnatch, una historia con actores reales, pero en la que los espectadores pueden tomar algunas decisiones importantes o no tan importantes en cada capítulo.
Un influencer es una persona destacada en las redes sociales. Gana likes en Facebook, es una estrella en Instagram o YouTube y no requiere del talento sino de la fama, la facha o de algún misterio que se escapa.
A días de reseñar un buen y sorprendente libro de poesía del economista Jorge Chávez, Reino de lo inútil (Hipocampo, 2018), pensaba precisamente en aquel título. Durante la presentación en la Casa de la Literatura, el maestro Ricardo González Vigil se detuvo unos minutos para examinar el papel de la poesía en la vida moderna.