Poesía útil
A días de reseñar un buen y sorprendente libro de poesía del economista Jorge Chávez, Reino de lo inútil (Hipocampo, 2018), pensaba precisamente en aquel título. Durante la presentación en la Casa de la Literatura, el maestro Ricardo González Vigil se detuvo unos minutos para examinar el papel de la poesía en la vida moderna. He escuchado a demasiados poetas (varios talentosos) sobre la necesidad de abandonar el género para centrarse en la narrativa. Después de todo, la fama literaria y la entrada al circuito comercial o periodístico depende más de las historias que contamos que de la inspiración del verso.
Es como si la poesía fuera una lengua muerta, mantras menos eficaces aún que los que el sánscrito nos obsequia con su magia, aunque sin ningún poder y con menudos espacios en los anaqueles de las librerías. La pregunta es: “¿La poesía es inútil?”. Quizás no sea tema de géneros sino el tiempo que vivimos y esa pérdida de sensibilidad frente a aquella palabra que mueve el piso o vibra en la sintonía del amor, del deseo o la belleza. A veces unos versos de Javier Sologuren han servido para demostrar a algunos que la poesía es espíritu, que no ha muerto, que respira, y que es tan útil como la narrativa. La poesía es una cirugía a corazón abierto, la novela, cuando no fabula, es una pieza del entretenimiento.
La poesía es útil; si no, habría que preguntárselo a aquel joven que enamorado lee a Cernuda en la orilla de la mañana mientras espera la llegada de esos ojos que lo contemplarán como un reflejo. Es útil para el que camina solo entre árboles o gente (que a veces son lo mismo), es útil para quien busca dentro de sí aquel sedimento que, como ruina, es la señal de que alguna vez amó o ama; es útil para el que la sabe recitar con pasión y para quien la sabe escuchar como estruendo.
Los cantos y los poemas tienen una energía vibratoria cuando trascienden el intelecto. Leía un texto sobre la pérdida del espíritu en la modernidad y quizás sea ese extravío lo que nos hace creer que la poesía no nos sirve. El reto de los poetas o de los amantes de la palabra es recuperar, incrementar, expandir esos espacios donde cada uno vuelca su voz. En el desierto reina el silencio, en los bosques solo los pájaros.