Sobre escritores
Interesante artículo de Rosa Montero en El País (España), “Cabras que vuelan”, del 3 de marzo de 2019. Lo escribió recordando la invitación de la novelista Ángela Vallvey para publicar un libro en el que varios escritores contaran lo humillante que es el oficio. Vamos a decirlo de otro modo: el escritor pasa años poniendo el corazón en su obra, pero las editoriales la rechazan. Se propone autopublicar, pero pocos la leen, “si consigues publicarla, los críticos te la ponen pingando, o, lo que es aún peor, ni siquiera te hacen una crítica”. Dice Montero sobre el reconocimiento: “Muchos de ellos, en fin, jamás lo serán (reconocidos) y, como no hay reglas objetivas que definan cuál es el arte bueno, nunca podrán saber si no lo lograron por culpa de la mala suerte o porque no valían”.
Pantanoso camino porque es una farsa aquella frase que nos llama a escribir para nosotros mismos, como el cliché de “amate primero a ti mismo”. La verdad es otra, la vida es social y hasta el jardinero busca que le reconozcan en algo su praxis. Se escribe con el corazón para que otro corazón lo lea, pero como señala la escritora española, terminamos vendiendo poco más de doscientos libros y hasta sabemos el nombre de los amigos y parientes que los compraron.
Lo que no dice el artículo es que la suerte varía según se ejerce o no el poder, porque no hay ámbito en el que el poder no rija y en el que los que se quejen no sean ridiculizados y la medianía de una obra ensalzada por el elogio oficial, la injusta publicación y la fama sin mérito. Hace falta ser un buen y experimentado lector para reparar que el circuito mediático y editorial daña la literatura aunque descubra algunos autores. Bien por quien salte a trancos, pero la realidad de muchos es la de un territorio que es tan ingrato con la creación que es mejor dedicarse a otros menesteres. Quizás lo mismo pase en la pintura, la danza, la actuación…
Quizás la clave no es desalentar a los jóvenes creadores limitados por las “preferencias prefijadas” de la gran prensa o de las grandes editoriales, sino buscar alternativas de patrocinio, de promoción mediática, allí donde el arte predomina al nombre y el mérito a la fama. El genio no es democrático, pero la ventana de oportunidades sí lo es.