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El arte de amar

Fecha Publicación: 21/01/2019 - 21:20
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Fromm escribía sobre ese inagotable instinto de fusionarnos. “En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. A veces, al volver a aquella lectura, pienso en el número de hombres que asumen que fusionarse es poseer y poseer es defender lo que se posee, con violencia. El errado concepto del amor lleva a algunos a poseer lo que, en realidad, deben cuidar, porque decía también que quien ama se entrega y cuida, con esa reminiscencia que nos devuelve al entrañable personaje de Antoine de Saint Exupery. “El tiempo que dedicaste a tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”, única.

El amor es dar y no esperar, lo que también nos aproxima al concepto de “desapego”, vivirlo sin expectativa ni vocación patrimonial. Cuando un hombre maltrata a una mujer (por celos según nos revelan las noticias) o cuando espera de su conducta y su juicio tiene ya un deadline, estalla lo que demuestra en su hora “qué no es amor”. El amor da, no espera. El amor no evalúa las partes, acepta el paquete.

El arte de amar, título de Fromm; dista mucho del que siglos atrás escribiera Ovidio, tratando el tema del cortejo, la “adquisición”, la preservación y recuperación. Y volvemos a lo mismo, el abordaje del amor desde el concepto de posesión y no de entrega. El ego llama al hombre a recibir, a tener una actitud de reclamo, tanto que lo aleja del genuino amor, que se parece más al de Dante por Beatrice, de quien no aguardó nada, pero le entregó inmortalidad. Fue su musa en la Divina Comedia. No es que el platonismo deba ganar la noción de una relación, es la permanente actitud de dar, y de dar con pasión porque no hay amor a medias, ni amor sin absolutos. Si la trascendencia se mide por el espíritu, no hay límites para la entrega ni excusas para la no dedicación. El amor, tampoco dice Fromm, no juzga la oscuridad del otro, la acepta dentro de ese claroscuro que somos y que también nos comprende.

Me relataban una fábula, la de dos pájaros atados por las patas sin poder volar. Atropellado camino de poseer sin acompañarse. Quizás en la calidad de la compañía subyace lo que nos es fundamental y nos trasciende como dos o, mejor, como una apasionada soledad de a deux.