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Madeleine Osterling

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No importa que la mentira sea evidente, Vizcarra lo negará, ya sea balbuceante o con un diálogo que no puede ser interrumpido porque pierde el hilo de la paporreta, pero su lenguaje gestual lo delata, genera tan poca credibilidad que sus entrevistas deberían ser con un detector de mentiras. Engaña hasta con la salud de las personas.

Vizcarra es un alumno aprovechado del media training. Impresionante la maestría con la que evadió los temas importantes en la entrevista que le concediera a Rosana Cueva este último domingo.

Nada logra sacarnos un parpadeo, ni siquiera el insuperable cinismo de Martín Vizcarra en televisión nacional. Pareciera que este 2020 determinó, finalmente, que perdiéramos la capacidad de sorprendernos. O quizás sea la persistencia de acontecimientos en superar el límite de lo asumible.

Hoy se cumple un año desde ese día de vergüenza nacional en el que Vizcarra disolvió el Congreso por una supuesta “denegación fáctica” de la confianza; ello determinó que declarara a nuestra Constitución en cuarentena, aun antes de la pandemia. Nuestra ley de leyes agoniza asediada por la falsa ideología y la mala política.

Indignante que la permanencia de Vizcarra se haya celebrado con júbilo, casi como si fuera una clasificación al Mundial, a pesar de las pruebas evidentes de su incapacidad moral. La maquinaria propagandística del Gobierno, al mejor estilo orwelliano, funcionó.

La bajeza moral de Martín Vizcarra ya estaba sobradamente apuntada. Los ignominiosos audios propalados recientemente solo confirman las reiteradas sospechas acerca de su calidad moral y los siniestros personajes de su entorno. En este escenario, ¿a quién puede sorprenderle que seamos el país con el peor manejo de la pandemia y con una crisis económica galopante?

Emulando la cita histórica de Cicerón: ¿Hasta cuándo abusarás Vizcarra de nuestra paciencia?

La bandera anticorrupción que enarboló Martín Vizcarra en marzo de 2018 se está convirtiendo en un mero harapo; no solo se niega a dar explicaciones sobre la contratación de sus parientes y amigos, sino que caprichosamente designa a un incompetente ante la OEA, celebrado por el General Martos, quien no tuvo el menor pudor en afirmar que Zeballos tiene todos los pergaminos para ocupar el puesto.

Las actuales circunstancias nacionales generan inevitablemente desconcierto y temor. El desánimo y la crispación por la pandemia se perciben en la calle, una pesadilla persistente, como una mala nube. La gente se siente indefensa y desconfía del Gobierno porque siguen repitiendo las malas prácticas. Vizcarra toma el micrófono para decir NADA.

Lo que está pasando en el Perú es trágico. ¿Estaremos construyendo un futuro distópico? Creo que ni siquiera sabemos dónde estamos ni tampoco a dónde vamos, lo único cierto es que somos el país de Latinoamérica con el peor manejo de la pandemia y la economía y, con un inmenso riesgo de involución democrática.

General Martos, haga honor a su voceado pragmatismo y saque al Ejército a distribuir alimentos, medicinas básicas y agua potable. Calme la desesperación de los peruanos hambrientos y asustados. No hay tregua, el virus está descontrolado, es imperativo que perciban que no están solos ante esta incontenible fuerza de enfermedad y muerte.

No darle la confianza a Cateriano es una muestra emblemática del desprecio del Congreso por el país. Generar un golpe más, cuando nos estamos hundiendo por la enfermedad y la recesión es de una irresponsabilidad inaceptable. En el Perú, los discursos políticos largos y pretenciosos solo me generan desconsuelo, evaporan toda esperanza.

La muerte no se soluciona ni se compensa con un perdón y menos ofrecido desde la comodidad de Palacio de Gobierno. Con justa razón no fue aceptado por la señora Capira. Vizcarra ha pasado de la absoluta soberbia de no reconocer errores a pedir disculpas por todo lo que hace mal, cree que con ello fácilmente puede cerrar los capítulos nefastos de esta terrible tragedia.

Contratar con el Estado es un codiciado botín, donde la honestidad es la excepción a la regla. Si tuviéramos la capacidad de hacer una radiografía de cada empleado público, descubriríamos que en su mayoría son, o muy antiguos y se mantienen en su puesto por mediocres o invisibles, o llegaron por recomendación o tarjetazo, sin contar con las calidades profesionales para ello.

No le tengo ninguna confianza a este Congreso, su ignorancia es insultante, su breve gestión ha sido una sumatoria de desaciertos, iniciativas de gasto que violan la ley y socavan la debilitada economía del país; su última perla, la devolución de aportes de la ONP, defendida con una perversa mezcla de temeridad e ignorancia de la congresista Cecilia García de Podemos Perú.

Martín Vizcarra y este nuevo Congreso han sufrido el mismo proceso de maduración diabólica.

¿De qué nos sirvió ser la estrella latinoamericana estos últimos años? El país que más crecía, con un déficit fiscal controladísimo y una capacidad de pago envidiable, el orgullo de cualquier financiero (dizque para compensar la debilidad de nuestras instituciones) si esas arcas llenas no se gestionaron adecuadamente. ¿De qué sirve tener dinero si los administradores son un desastre?

Si hay una cosa injustificable en la gestión de una crisis de salud pública como la que vive el planeta es la mentira. En estas circunstancias el fraude no solo es inmoral sino una falta de respeto a la gente. Todos sabemos que las cifras no son confiables porque no se hacen pruebas suficientes, simplemente no las hay.

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