La farsa comunicacional y la verdad inalcanzable
La bandera anticorrupción que enarboló Martín Vizcarra en marzo de 2018 se está convirtiendo en un mero harapo; no solo se niega a dar explicaciones sobre la contratación de sus parientes y amigos, sino que caprichosamente designa a un incompetente ante la OEA, celebrado por el General Martos, quien no tuvo el menor pudor en afirmar que Zeballos tiene todos los pergaminos para ocupar el puesto. Al final es irrelevante que gane US$15,000 mensuales o que sea un pésimo representante diplomático, seguramente los ha habido peores; el propio Vizcarra pidió la embajada en Canadá para aprender a hablar inglés. Lo inaceptable es que se premie a uno de los más nefastos personajes de este gobierno, ciego aval del golpe de Estado y cuya ideologización solo puso trabas a la participación privada durante la lucha contra la pandemia. Conocidos analistas piensan que es una hábil maniobra de Vizcarra de cara a las próximas elecciones y la posibilidad de perpetuarse en el poder. Podría no faltarles razón, pero en mi opinión está aterrado: la cercanía del fin de su mandato, la inmensa cantidad de enemigos que ha cosechado y la falta de un “Plan B” para enfrentarlo le preocupan mucho más que las cifras del Covid-19.
Michael Walzer, uno de los mayores expertos en filosofía política, sostiene que “Los demagogos populistas se equivocan al afirmar que una vez que se han ganado unas elecciones, representan o encarnan ‘la voluntad del pueblo’ y pueden hacer lo que les venga en gana. La realidad es que hay muchas cosas que no pueden hacer. Lo que quieren estos populistas, ante todo, es promulgar leyes que garanticen su victoria en las siguientes elecciones”. Pareciera describir a nuestros esforzados congresistas, labrándose una carrera política con miras a las elecciones del 2022. Escuchar a Cecilia García hablar de sus hermanos de la ONP o a José Vega señalando a las “supuestas” deudas de las grandes empresas a Sunat como la causa que no existan fondos para devolver los aportes, resulta escalofriante. Si fueran seres razonables, como bien decía John Locke, sostendrían sus opiniones con cierta dosis de duda, pero la soberbia de la ignorancia de estos legisladores les impide conocer sus limitaciones, o, son unos aventajados manipuladores capitalizando el resentimiento de un pueblo hambriento y desesperado.
“Estar vivo es el riesgo de ser mortal pero el ser humano tiende a olvidarlo por la confianza que tiene en la medicina” (Canguilhem). En las primeras semanas de la pandemia, soportábamos con más resignación el encierro, a pesar que resultaba un método arcaico, que jamás hubiéramos imaginado; obedecimos ante la imposibilidad de la ciencia de dotarnos de una solución mágica. Hoy muchos piensan que las medidas adoptadas son desproporcionadas y le están destrozando la vida a mucha gente; el remedio ha resultado peor que la enfermedad. Sin embargo, el gobierno no decepciona, cree que va a solucionarlo todo con costosas e intensas campañas de comunicación, convirtiéndonos en culpables y chivos expiatorios de su fracaso. Millones para darle oxígeno a los medios, en lugar de a los enfermos: simple cuestión de equívocas prioridades.