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Luis García Miró Elguera

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Luis García Miró Elguera

La degeneración del Estado peruano es sostenida, integral y sumamente peligrosa. Es evidente que continuamos cuesta abajo en todo orden de cosas. Esto no solo hay que decirlo, sino repetirlo, por más que algunos lectores lo consideren fatalista. Lo que, ciertamente, no es la intención de este escriba.

La insolente y muy prepotente presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, fiel secuaz del insoportable camarada hablantín Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha vuelto a sacar de la chistera al prosenderista, golpista, comunista –como ella– Pedro Castillo, para atacar al Perú vía la presidenta peruana Dina Boluarte, protestando porque “la Justicia peruana aplicó las disposiciones que ordenan nuestr

Desde la revolución velasquista de 1968, venimos descapitalizándonos presurosamente en capacidades, conocimiento general, fiel cumplimiento de la legalidad, competitividad, educación, y, en general, en todo orden de cosas. La vulgaridad arruinó la erudición y dio paso a la mediocridad, a la estupidez, a la ignorancia, etc., que hoy campea en casi todos los estratos sociales del país.

Desde la revolución velasquista de 1968, venimos descapitalizándonos presurosamente en capacidades, conocimiento general, fiel cumplimiento de la legalidad, competitividad, educación y, en general, en todo orden de cosas. La vulgaridad arruinó la erudición y dio paso a la mediocridad, a la estupidez, a la ignorancia, etc., que hoy campea en casi todos los estratos sociales del país.

A nadie debe extrañar el caos general en que está nuestra Fiscalía de la Nación, desde que fulanos como Pablo Sánchez, Zoraida Ávalos, Patricia Benavides y Juan Carlos Villena asumieron el papel de fiscales de la Nación. Estos cuatro sujetos corrompieron la Fiscalía de la Nación a extremos inimaginables, en una nación que aspira a ser respetuosa de la democracia y el Estado de derecho.

Hace treinta días, escribimos lo siguiente: “La indecencia del Poder Judicial resulta insultante en un país que dice ser demócrata, defensor de los derechos humanos, impulsor del Estado de derecho y muchos otros atributos que acá existen como etiquetas de la vida real (…) Como ejemplo, este zafarrancho sociopolítico llamado el Poder Judicial del Perú, consciente de que, como poder del Estado, t

Este escriba viene insistiendo, hace meses, para que el Congreso castigue con diez años de prohibición para que el exmandatario temporal, Francisco Sagasti, ejerza todo cargo público; castigo extensivo a sus exministros Rubén Vargas y José Élice.

Tradicionalmente, la izquierda peruana ha estado dividida. Aunque desde que entró en la escena política Alberto Fujimori, nuestra derechona asumió esta patente y, a partir de ese momento –básicamente por miseria intelectual, aunada al gusanillo de los miedos–ha seguido resquebrajándose a niveles de vértigo.

El presidente estadounidense Donald Trump ha desconcertado a una adormecida y comodona Comunidad Europea hablando directamente con su homólogo ruso, Vladimir Putin, para —entre ambos— resolver la cuestión de la guerra en Ucrania sin la participación de la Comunidad Europea. Incluso dejaba entrever que el debate entre ambos presidentes podría empezar esta semana en Arabia Saudita.

De un tiempo a esta parte —concretamente, desde inicios del presente siglo— Occidente ha convivido con unos monstruos que se han nutrido del capitalismo para amamantar al neocomunismo, revestidos de buenistas, dueños de la verdad y, además, transformadores del universo.

Lamentablemente, ocurrió una nueva tragedia que era previsible. Aunque, gracias a Dios —no a la lógica de las cosas—, su magnitud no alcanzó las dimensiones que pudo haber tenido.

Mientras continúe la instrumentalización y consecuente manipulación de nuestra justicia —como mecanismo político para destruir al oponente ideológico, a través de organismos secuestrados por los intereses caviares, como la Fiscalía de la Nación y el propio Poder Judicial—, el Perú jamás levantará cabeza, y como nación seguirá yéndose cuesta abajo cada día.

El descrédito internacional del Perú es cada vez mayor. El daño que gobernantes ineptos, corruptos, inescrupulosos le han generado a nuestro país es fenomenal. Encima, ofendiendo a un sector fundamental para nuestra nación con indudable potencial para el turismo, dueña de un Patrimonio de la Humanidad, como es Machu Picchu.

La mayoría —si no son todos— los medios periodísticos peruanos se consideran paradigmas de la democracia, poseedores de la verdad, referentes como ejemplo ciudadano; pero, sobre todo, se creen los buenos de la película.

Todo tiene un límite, inclusive la defensa de la Constitución. Cuando vemos que los poderes del Estado transgreden, violan y pisotean descaradamente la Ley de Leyes, es momento de que el pueblo diga basta y deponga a sus autoridades. Por más electas que estas hayan sido, al amparo de las reglas de juego de la Constitución.

El neocomunismo —concretamente la organización caviar o Woke— controla los hilos de las Naciones Unidas y, consecuentemente, los más importantes entes multinacionales que dependen de esa otrora cúpula de representantes universales de la más acrisolada comunidad político-cultural del planeta.

No es novedad que exista una institucionalizada podredumbre al interior del Sistema de Justicia del Perú. Venimos denunciando esto hace años y comprobamos que, cada día, está peor. Vivimos amenazados por un mecanismo aterrador, dirigido a utilizar al Poder Judicial y a la Fiscalía de la Nación como mecanismos de coerción, para demostrar poder por parte de la corrupción.

Es importante lo que debate la prensa norteamericana a raíz de la metamorfosis política del planeta que viene proyectando el presidente Donald Trump tras asumir el poder de la primera potencia del mundo, con miras a poner en ejecución su propuesta electoral “Make America Great Again” (MAGA) (“Hagamos nuevamente grande América”).

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