Desde muy joven fui un apasionado de la política: en el aula del colegio mi preocupación era porque en la biblioteca haya libros, porque tengamos una banda de música, porque ningún compañero se quede a fin de año sin un regalo de navidad.
Harold Alva
Escritor, editor y analista político. Ha publicado una veintena de libros, entre los que destacan Lima: la épica del desastre (2012) y Ciudad desierta (2014). Dirige los Seminarios Abiertos de Formación, Editorial Summa y el Festival Internacional de Poesía Primavera Poética.
A mi madre le debo el arrojo que le entrego a mis proyectos. Mamá tiene el carácter de un general en medio de la guerra y la ternura de un gato cuando protege a sus cachorros.
El 2021, año del bicentenario de la independencia, fue muy significativo para quienes desde el sector cultural ejecutaron acciones concretas por la recuperación de los espacios públicos.
El retorno a la presencialidad no solo significaba un reto sino un desafío en un momento cuando la pandemia todavía nos tiene sitiados con su yugo invisible.
I/ Granada me ha entregado la alegría de abrazar a Poetas con quienes imaginé lejano ese momento: ayer conocí, personalmente, a Ramón Cote Baraibar (Colombia) y Yolanda Pantin (Venezuela), a ambos he tenido el honor de publicar en la biblioteca digital del programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima, ambos, además, participan en “La primera línea: poesía iberoamericana”.
Hace tres años, en Buenos Aires, le comenté a la poeta María Casiraghi que los territorios que guardo en la memoria, son los emocionales, y le decía que, por ejemplo, Chile será, para mí, siempre Omar Lara, Juan Cameron o Raúl Zurita; Argentina: Leopoldo Castilla, Carlos Aldázabal y, ella, por supuesto.
Me sorprendió su inquietud por alcanzar la sabiduría de la vejez, por mostrar más años de los que realmente tenía. Cuando lo conocí acababa de cumplir 47, era 1999, yo era un escritor de 21 a quien le llamaba la atención su precisión en los datos, la facilidad para compartir historias sobre el siglo de oro español y la segunda guerra mundial; así de anacrónicas eran sus intervenciones.
El señor de chompa, al costado de Houdini Guerrero, es el escritor y periodista Rigoberto Meza Chunga, ambos talareños, como Alberto Alarcón, como Eduardo Urdanivia, como yo. Lo conocí en las vacaciones de 1992 cuando era un adolescente de trece años. Mucho de lo que hago se lo debo a él.
Tenía quince años la primera vez que participé en un encuentro de poetas. Fue en el “I Encuentro de Poetas Tumbesinos”, organizado, entre otros, por los poetas Rigoberto Meza Chunga y Hugo Noblecilla Purizaga. Don Rigoberto se desempeñaba como Decano del Colegio de Periodistas de Tumbes, y Hugo Noblecilla como funcionario de la Dirección Departamental de Educación.
Lee en este momento Johnny Barbieri, “Y Lima es una estrella”, afirma, e inmediatamente le entrega el micrófono al poeta Antonio Sarmiento, ancashino, que empieza a leer un poema dedicado al Perú, a su construcción emocional que se amurralla como una ciudad que le da de manotazos al agua, parafraseándolo.
La última vez que presenté un libro en la Feria Ricardo Palma fue en el 2012. Yo laboraba en el Ilustre Colegio de Abogados de Lima.
Imagino a don Ricardo Palma en una de las bancas del Kennedy, con la pierna cruzada, observando cómo instalan por cuadragésima segunda vez la feria que lleva su nombre.
Matthew Modine en su papel del periodista Fritz Gerlic, en “El reinado del mal”, dice una frase de Edmund Burke, que bien podría funcionar como una máxima para estos tiempos: “El único requisito para que el mal se propague es que los buenos no hagan nada”. Agrego: “que los responsables de construir el relato de estos años, no escriban nada”.
No tengo una foto con Giovanny Gómez, pero sí su firma que es como darle la mano a su personalidad, a su carácter, a esa voluntad que determinó la realización del Festival Internacional de Poesía Luna de Locos, acaso la máxima expresión de la gestión cultural en Pereira.
“Desgracia”, es la palabra que abre la narración de “El mundo es ancho y ajeno”. Apago el televisor y me acerco al teclado para intentar escribir esta columna, asediado por la distopía de un momento que acaso advertimos en alguna de nuestras más crueles pesadillas.
De mis maestros aprendí a no descuidar mi escritura: “que nunca la gestión cultural, o la política, avasalle tu producción”, es la máxima a la que retorno porque con ella me hablan las voces de todos mis mentores.
Cuando era niño aprendí a respetar a los verdaderos hombres de izquierda, leía las épicas de Mariátegui, Luis de la Puente Uceda y “Frejolito”. Eran otros tiempos en los que, si bien el paradigma era soviético o chino, sus luchas eran realmente reivindicativas.