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Otra época para José Pancorvo

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Fecha Publicación: 02/10/2021 - 21:45
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Me sorprendió su inquietud por alcanzar la sabiduría de la vejez, por mostrar más años de los que realmente tenía. Cuando lo conocí acababa de cumplir 47, era 1999, yo era un escritor de 21 a quien le llamaba la atención su precisión en los datos, la facilidad para compartir historias sobre el siglo de oro español y la segunda guerra mundial; así de anacrónicas eran sus intervenciones.

El lugar de las reuniones era el patio de El Averno, epicentro de la contracultura limeña, ubicado en la cuadra dos del jirón Quillca.

Durante tres meses de aquel 1999 lo frecuenté casi a diario, hasta que le perdí la pista. Había leído “Profeta el cielo”, su libro de poemas, un texto arriesgado que rompía con la hegemonía de un discurso que acaso empezó su retirada con la presencia de José Pancorvo Beingolea.

Su erudición estaba impregnada en cada texto, Pancorvo era hermético, pero iluminaba, te lanzaba la duda, sus versos sitiaban con el asombro propio de aquellas emociones a las que aprendió a domar para aterrizarlas en imágenes puntuales que hicieron de su registro la cartografía de un fotógrafo, de un cazador de apariciones a quien yo necesitaba volver a ver para que me señale las pistas de aquello que era absolutamente distinto a lo que leí en la Lima de los noventa.

Fue Josemári Recalde, el poeta de “Libro del sol”, quien me facilitó su teléfono. Entonces lo llamé y nunca más perdimos el contacto, hasta que llegó la parca y nos dejó sin el más grande de los poetas de una generación a la que le devolvió la preocupación por el conocimiento.

Recuerdo que cuando instalé la feria del libro Perú Lee, el 2003, en la Plaza San Martín, a José Pancorvo le gustaba ir para conversar con mi padre, un policía retirado, ex miembro de la antigua GC, con quien se internaba en diálogos inacabables. Yo era feliz escuchándolos con el entusiasmo de dos patriotas, porque Pancorvo fue sobre todo eso: un patriota. El 2001 tuve el honor de participar en la publicación de “Ejército del Sol” y, ese mismo 2003, en la edición de “Pachak Pakari: épicas del trono del sol”.

Ambos documentos dieron cuenta de su preocupación por la historia, por la construcción de una poética que incorporó los discursos filosóficos a la que, además, la invistió de una mística a la altura de los grandes poetas del renacimiento.

Pancorvo fue un renacentista, un joven viejo que declamaba sus poemas tocando el arpa. Yo nunca toqué el arpa, pero tuve el honor de tener a José Pancorvo como uno de los presentadores de mi “Sotto voce”, en “La noche” del centro de Lima. José Pancorvo merecía otra época, no esta oscuridad a la que alumbró perturbándonos con una obra a la que retornamos para sentir su aleteo, sus tratados omnipresentes, su música de profeta.

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