La vida circular
Anoche concluí mi participación en León, leyendo un poema dedicado a mi padre. Con los poetas Eudris Planche (Cuba), Carolina Zamudio (Argentina) y Xavier Oquendo Troncoso (Ecuador), presentamos la antología “Yo me muero como viví”, preparada por nuestro anfitrión, el poeta Rafael Saravia, director del Festival Internacional Palabra, que tiene como homenajeado al trovador cubano Silvio Rodríguez.
La primera impresión es el asombro. Hace un año este momento era inimaginable: sitiados por el miedo a la pandemia y la incompetencia de nuestros gobernantes, vislumbramos el mundo como un enorme hospital que perdía a diario frente a la muerte.
Anoche, sin embargo, estábamos allí, presencialmente, leyendo ante un público que escuchaba atento a cuatro latinoamericanos convocados osadamente por Saravia, a cuatro latinoamericanos que hace más de una década vienen remando contra la corriente.
Fue conmovedor volver a estrechar nuestras manos, reconocernos al fin más allá de los píxeles, fue como si acaso éramos los sobrevivientes de una guerra o de una catástrofe que no logró quebrar nuestra apuesta por la gestión cultural, por la edición o por la poesía, pero que ha marcado nuestra visión del futuro, una catástrofe con la que hemos reescrito conceptos y determinaciones.
“Un hombre/ cuando ya no puede hablar/ se marca”, finaliza uno de mis textos, y es ahora recién cuando lo siento como un tajo invisible transversal a todas mis propuestas.
Mi padre seguro habría tenido una mejor respuesta sobre este momento, por eso acabé mi lectura, hablándole, sin imaginar que horas más tarde recibiría la más hermosa lección de amor filial en una historia que tiene como protagonista a Antonio Gamoneda. Salimos del auditorio y nos dirigimos a tomar la noche.
Fue entonces, en un bar estilo biblioteca, cuando Ben Clark, el poeta de “La fiera” y “Armisticio”, nos narró un acontecimiento que involucra al Premio Cervantes y a su padre, el autor de “Otra más alta vida”, el libro de poemas con el que aprendió a leer.
Por supuesto, la historia merece otra columna. Continúo en León, tomo nota de sus calles, dibujo los vestigios de otra época y escucho, en sus siete horas de distancia, el eco azul de la nostalgia.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.