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Merecemos las pérdidas

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Fecha Publicación: 21/08/2021 - 20:50
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Matthew Modine en su papel del periodista Fritz Gerlic, en “El reinado del mal”, dice una frase de Edmund Burke, que bien podría funcionar como una máxima para estos tiempos: “El único requisito para que el mal se propague es que los buenos no hagan nada”. Agrego: “que los responsables de construir el relato de estos años, no escriban nada”. Sorprende cómo el avance de la extrema izquierda tome cada día mayor posesión de nuestras instituciones y los autoproclamados guardianes de la moral permanezcan en un mutismo aberrante. Han dejado que se instale en el premierato a un vergonzante Guido Bellido, a pesar de su apología por Sendero Luminoso (afirmó que Edith Lagos es una “luchadora social”); permiten que Guillermo Bermejo continúe azuzando una constituyente cuando debería representar el sentir nacional y preocuparse por la incapacidad del gobierno; se quedan callados frente a la verborrea de Vladimir Cerrón quien si alguna pantalla merece es la de su traslado a declarar por las imputaciones en su contra. Nada. Están callados, se refugian en sus publicaciones de Instagram, de Twitter o de Facebook, no son críticos ni autocríticos, al punto que los cadáveres de la clase política han retornado a las calles pretendiendo imponerse como líderes de la democracia. Así vemos a Lourdes Flores Nano, Juan Sheput o Jorge Del Castillo, viajando por el Perú “liderando” marchas contra Pedro Castillo. Tanto es el silencio de “los buenos” que su eco es la expresión más estridente de la vergüenza. Yo me pregunto si esta juventud se siente representada por ellos o acaso el país fue invadido por una plaga de jóvenes viejos a quienes poco les importa lo que suceda con el futuro. Castillo y sus huestes continúan imponiendo su agenda, haciendo lo imposible para que cale el discurso por la Constituyente, ofendiendo y agrediendo a periodistas, jugando macabros con la demagogia, imponiéndose como si ellos fueran los postergados, “los nadies” que llegaron para ejercer su revancha y, en la otra vereda, los culpables de que hayamos alcanzado este Bicentenario, lanzando arengas y poniéndose al frente de las protestas con la pretensiosa convicción de que son los templarios de la libertad. Farsantes. Y al centro un escuadrón de buenos haciéndose de la vista gorda, negligentes frente al conflicto, toreándolo con la irresponsabilidad de una horda de búfalos que avanza, también, destruyendo. No decir nada sobre lo que está sucediendo puede significar el colapso de un orden que a todas luces ha logrado su techo sin la posibilidad del recambio, del tantas veces señalado relevo generacional. Deprime tanto el conformismo e indigna la pasividad que me pregunto si vale la pena luchar por “los buenos” o si acaso esa dualidad es una entelequia, el prurito conceptual de una afirmación siniestra. No lo sé: me preocupa caminar entre los derrotados por el marasmo y la inercia. Si seguimos así, merecemos las pérdidas.