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Raúl Mendoza

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Un árbol cae cerca de mí en un bosque a las afueras de Lima y lo oigo como un fuerte golpe de malezas, pero es mi oído a través de sus mecanismos los que se encargan de hacerme creer o saber que hay ruido. Hay ruido porque hay oído. Si se hubiera desplomado sin testigos, sería una caída en absoluto silencio ¿El ruido existe en mí y no en la realidad?

Es de fama y de gracia el viejo libro de Sofocleto, “Los cojudos”, cuya síntesis reside en la frase: “El cojudo llega a su clímax sobre los treinta años y alcanza la apoteosis a los cincuenta y nueve.

Antiguamente la legitimidad provenía de Dios, esa era la justificación de la monarquía. Los elegidos por Dios llegan al poder. Desde luego, se sabe hoy que, en una república, la legitimidad es popular. El designio divino se consagra en la unción, David es el elegido de Dios y Samuel es el pontífice que lo unge. Un pastor de ovejas desplaza a Saúl.

La moral existe porque hay libertad. La bondad no se alcanza con una pistola en la cabeza porque la moral es elección y donde no hay elección no hay virtud. La maldad se rige por lo mismo, no hay un ángel que detenga al hombre cuando dispara. Lo que hay es culpa o remordimiento.

La verdad es lo que realmente es. La posverdad es la mentira creíble por arte de la falacia. En la vida social y política la verdad es manipulable o enturbia el juicio. Leía a una persona de medios esbozar un mal concepto de Vargas Llosa ahora que la posición del escritor difiere de la de hace unos meses. “El otrora ‘bueno’ era tal porque pensaba como yo”.

María es intelectual y asume que no hay república sin democracia ni libertad. Tiene una columna en Mercurio y se despacha en todos los sets de televisión porque su mundo se lo permite. No entiende cómo Heidegger creía en los Nazis y entiende el republicanismo como rica deliberación. Es la diversidad la que le permite en qué creer.

He leído versiones sobre Händel y su creación de “El Mesías”, que con sus notas y emotivos “Aleluya” nos transportan a una dimensión distante y pura. Una de las que más recomiendo se encuentra en “Momentos estelares de la humanidad”, de Stefan Zweig.

La rumiación es el pensamiento circular: “¿Y si hubiera?” o “acabo de meter las cuatro”. Un correo enviado puede ser fuente de angustia y se comienza a rumiar. Varía de persona en persona. El miedo como sensación típica acompaña a la ansiedad, pero ya no es el pasado lo que inquieta sino el futuro, ese futuro signado por la pregunta: “¿Y si…?”.

En una sociedad abierta la contradicción no es problema, es una confirmación de que es, efectivamente, abierta. En ideologías o creencias lo propio es la tolerancia, aunque prefiero referirme al respeto, que ya lo otro suena a soportarse en la diversidad.

Balmes nos ilustra sobre el proceso del buen pensar. “El pensar bien consiste, o en conocer la verdad, o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error”.

Antonio Gramsci sabía que la revolución socialista no podía ser violenta, tenía que ser la conquista de una hegemonía ideológica. Antaño la revolución era por el fúsil, así fue en Rusia, así fue en Cuba. Se volvió a Gramsci y se dejó a Marx detrás cuando los sujetos políticos de la sociedad ya no eran los capitalistas y los obreros descontentos.

Son diversas las veces en las que todos nos planteamos la pregunta: “¿Y ahora qué?”. Quizás mi primera vez fue cuando comenzando la universidad mi padre se quebró económicamente y todo indicaba que no podría seguir estudiando, pero la universidad no me soltó, me becó y me dio bonos para libros y alimentación. Universidad privada, años distintos.

Escriben en una revista: “Tamaño revoltijo que se armó (…) cuando la prensa malintencionada y muchos Keiko lovers acusaron al profesor Pedro Castillo de despreciar la lectura. Vaya muestra de analfabetismo funcional la de esos detractores. Lo que dijo el profesor Castillo fue algo muy simple y claro (…): ‘yo sé del hambre del pueblo. A mí nadie me lo cuenta.

El Observador se encargó de destruir a aquel personaje. Lo acusaba en las portadas de ser un criminal, pero se es criminal cuando hay sentencia. “Delincuentear” es atribuir un delito a quien no la ha recibido, pero la gente lo entiende como lo lee porque decodifica sin análisis. Las portadas crean opinión y odio. Odias sin saber por qué o por qué necesitas el odio para sobrevivir.

Luis migró a Nueva York hace diez años desde Sakalandia. Se levanta de la cama, desayuna opíparo, tiene un buen empleo en un rascacielos, viste bien, tiene un descapotable, de noche va al teatro Majestic en Broadway, mira su ciudad con amor...

La vida de cualquier hombre puede ser cruzada por tiempos de escepticismo y otros de negación. Sin embargo, como Saulo camino de Damasco, la conversión opera como un milagro abrupto que rompe la barrera de cualquier conciencia; a veces frente a un hecho, en ocasiones por una lectura.

Isaiah Berlín nos introdujo en el significado de la libertad, en ese “estar libre de toda coerción exterior”.

Un artista convoca por Facebook a varios extraños a una reunión en sala de zoom, nadie sabe qué se hablará en concreto. La pandemia nos ha tornado en ollas sin válvulas. Algunos por el estrés o el miedo, otros por la abrumadora cantidad de obituarios virtuales, muchos por la crispación de no lograr ingresos, algunos por la desolación.

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