Zonas oscuras
María es intelectual y asume que no hay república sin democracia ni libertad. Tiene una columna en Mercurio y se despacha en todos los sets de televisión porque su mundo se lo permite. No entiende cómo Heidegger creía en los Nazis y entiende el republicanismo como rica deliberación. Es la diversidad la que le permite en qué creer. “Mejor una sociedad sin gobierno que uno sin libertad de expresión”, suele decir cuando entra al Diario a llenar la maqueta con sus ideas. ¿Fue Jefferson o Franklin? No importa, si le arrebataran la expresión le quedaría el pensamiento irreductible, pero nunca sería igual.
Ocurre que María odia al partido verde que expulsó a su padre en 1978 y, por tal, votará por el nuevo que advierte que regirá el pensamiento único, que no es el suyo, pero votará por la honra herida de su padre y porque recuerda la tarde que el viejo llegó a casa, arqueado y desencajado, con aquel cañón de revolver presto a volarle la boca en su cajón. El viejo no se suicidó como lo haría simbólicamente María décadas después alejada del mundo y de las prensas. María lo recuerda bien, pero viajó a Francia, se formó en democracia y libertad. Con esas, ni el totalitarismo resta a su rencor, votará por el Nacional Socialismo ¿Cuál es la zona oscura de María que la lleva a sumar entre sus pérdidas su propia convicción? El Diario Mercurio se opone al proyecto totalitario del Partido Nacional Socialista (PNS), liderado por un orador brillante que odia a los judíos y a los intelectuales. María es judía e intelectual, el periodismo es la vitrina de su pensamiento; pero no tolera que Mercurio se oponga al PNS y apoye lo que odió siempre desde las tripas, desde las zonas oscuras de su mente. Así, renuncia al Diario.
El PNS gana. María ya no escribe, tampoco piensa. Rige una idea y un partido. Se ha sometido. Ya no puede discrepar ni dudar ni criticar. Ya no es ella, olvidó el rico proceso de hilvanar ideas y crear heroicamente un pensamiento o desear, discernir y confrontar. Ya opinar no es lo suyo. María camina, autómata, por la avenida Tacna y la mira sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, solo que, a diferencia de Zavalita, una pregunta le flota con la neblina para diluirse entre sus dedos, una pregunta que jamás la podrá rehacer.
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