La noche lo anima a internarse en un cinema, aunque al principio duda de entrar por el sistema que ha empañado Hollywood con las cursilerías de posguerra. Vietnam nunca le interesó. Se acomoda en una butaca vieja, de madera.
Raúl Mendoza
Uno de los enigmas que más inquieta a los científicos es de qué está hecha la realidad. Para algunos, la realidad no está fuera, es creada por la mente. Uno de los científicos que llevó lejos la idea fue el mexicano Jacobo Grinberg con la Teoría Sintérgica.
Nochebuena. Él se sienta en una esquina. Mesas vacías. Las vagas luminiscencias sobre la ventana golpean sus ojos. El único comensal, un señor engominado, se levanta y se va. Ahora sabe que al dar las doce caminará en círculos sin abrazos, sin dos flamas que lo miren fijo.
Una buena noticia puede no ser tal, advertía Kurt Vonnegut. “Me gané la lotería”… “Luego se destruyó mi familia”. “Lo contrataron en una transnacional”….
“Ese aparatito”. Mi padre se lamenta por el cine que acaban de demoler. “Mi aparatito poderoso, es un celular. Estoy en Cineflix”. Dice que yo destruí su cine y su canal de TV.
“Cuando una empresa financia, a veces con millones, una campaña electoral, lo quiera o no, pone al político financiado en un conflicto de interés”, escribe un columnista del diario decano (“La normalización de la mentira”, 26/11/19). Para no entrar en política en esta página cultural, resulta curiosa la frase cuando muchos medios reciben publicidad de empresas privadas y las más afortunada
En La muerte de Iván Illich, León Tolstói nos coloca dentro de un personaje que en su lecho de muerte se cuestiona todo: “¿Habrá sido mi vida un error?”. Iván trabajó fuerte y rutinariamente para ascender en los estratos burocráticos del imperio ruso, siguió las mismas rutinas y patrones como si cada día no fuera sino la repetición del anterior.
“Todos llevamos un anarquista dentro, contenido (con el pesar de Engels) por la familia y la religión”, dijo un viejo profesor, explicando por qué algunos locos andan quemando templos. “Sin familia y sin fe todo sería el caos”, añadió, “destruir las instituciones morales facilita el desorden… y la revolución”.
En la década del 50 un experimento probó que las personas se enamoraban voluntariamente, incluso siendo extraños, a partir de la intimidad. La prueba “Generación experimental de intimidad interpersonal: procedimiento y hallazgos preliminares”, concluía que una desnudez emocional progresiva (inducida por preguntas de intimidad in crescendo) producía “amor”.
Las historias intensas se hacen de seres intensamente tóxicos, de seres que se aniquilan entre sí. Veía una historia hecha película (Argentina), basada en una novela homónima de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, “Los que aman, odian”, dirigida por Alejandro Maci.
“ La felicidad son momentos”, le dijo ella repantigándose sobre el sillón aquella mañana de enero de 2015. Él trataba de quitarse esas palabras de la cabeza mientras aceleraba por los portales de San Martín con la buena nueva. Febrero rumbo a casa. Lo habían contratado por plazo indeterminado, perfecta vida, perfecta como un cuadrado, nada podía salir mal ¿O sí?
En un artículo de Miguel Cruchaga sobre la verdad, un joven abogado indio condenado a un pobre destino viajaba en un tren. La profesión estaba saturada, olía su fracaso. En su aburrimiento, tomó de entre sus cosas un libro que llegó de no se sabe de dónde, titulaba “Unto this last”, de John Ruskin. Centrado en su lectura, el joven abogado pensó en la sustancia de esas letras.
Si varios “presidenciables” asumen que son los llamados para “salvar a la Patria”, súmense a la cola porque desde 1821 no ha habido sino “elegidos” por Dios, por los alienígenas, el Tarot o el imperativo de algún sueño profético que nos descubren una suerte de ley metafísica de la política. Manuel Lorenzo de Vidaurre decía que la bendita felicidad está en el Derecho.
“A cada época la salva solo un puñado de hombres que se atreven a ser inactuales”, decía Chesterton. “¡Aunque la verdad esté en minoría, sigue siendo la verdad!”, proclamaba Mahatma Gandhi. Si la masa grita, no es la razón. Si la verdad se mide en decibeles, no es la verdad.
El miedo es el peor enemigo de la libertad. Orwell escribió “1984”, respiro entrecortado, el Ministerio de la Verdad, el aire se espesa en mi boca. “Todo está escrutado y todo debe saberse”. Asfíxiate ahora, la Policía de la Moral te siembra. Sabe cuando hablas, copulas o te miras al espejo. No boquees, no quieras, no masques, no traspases la línea que no ves.
“Cuando tenía veinte, creía que todos me miraban, cuando alcancé los treinta me importaba poco, cuando toqué los cuarenta reparé que nadie me miraba”. La sensibilidad cambia con los años como las prioridades. Sin embargo, no siempre madurar es “procesar” y caemos en la rueda, el samsara nos vence y nos reconvertimos en aquello que en la adolescencia éramos.
“Cuando tenía veinte, creía que todos me miraban, cuando alcancé los treinta me importaba poco, cuando toqué los cuarenta reparé que nadie me miraba”. La sensibilidad cambia con los años como las prioridades. Sin embargo, no siempre madurar es “procesar” y caemos en la rueda, el samsara nos vence y nos reconvertimos en aquello que en la adolescencia éramos.
Quién no vive ansioso. Respice post te! Hominem te esse memento!, “recuerda que eres un mortal y no Dios”, le decía el siervo al general romano para que no se envanezca. Según algunos científicos, el cuerpo tiene todo para “durar”, pero lo saboteamos desde la emoción y el hábito.