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Salvadores

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Fecha Publicación: 14/10/2019 - 21:00
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Si varios “presidenciables” asumen que son los llamados para “salvar a la Patria”, súmense a la cola porque desde 1821 no ha habido sino “elegidos” por Dios, por los alienígenas, el Tarot o el imperativo de algún sueño profético que nos descubren una suerte de ley metafísica de la política. Manuel Lorenzo de Vidaurre decía que la bendita felicidad está en el Derecho.

Mientras Franklin, Jefferson y Adams debatían cuál era la mejor Constitución para la libertad, los caudillos peruanos sumaban los débitos estatales para con ellos por haberla sudado en los campos de batalla. Eran también los llamados por la Historia, los salvadores de la república. Mientras los Padres Fundadores “americanos” la hacían a una revolución liberal; los nuestros la hacían a cobrarse sus emolumentos y darla de sablazos con los falsos mesías que les precedieron.

Así, con los herederos de las reformas borbónicas, el Perú erigió un régimen que fue la continuación de la colonia, las mismas leyes, la cortesanía, el escaso afecto por el Derecho, el gobernante como sucedáneo del virrey (sin monarca, Consejo de Indias ni Juicio de Residencia) y el generalato como pase hacia la silla de Pizarro. “Salvadores de la Patria”, sí, desde luego, tantas decenas.

Tras la partida de Bolívar, gobernaron Santa Cruz, Salazar y Baquijano, La Mar, Gutiérrez de la Fuente, Gamarra, Orbegoso. Saltando la Confederación peruano boliviana retorna Gamarra.

Menéndez gobierna desde 1841 a 1842; Juan Crisóstomo Torrico en 1842; Juan Francisco Vidal entre 1842 y 1843; Justo Figuerola en 1843…Detenemos la lista porque devendría en burocrática. Si se suman titulares, provisionales e interinos y se elabora un promedio de años de gobierno, solo en el siglo XIX la media es dos años en el poder por cada gobernante.

Desde luego, las doce constituciones semánticas fueron correlatos fundacionales de nuevos regímenes, algunos con distintivo personal en el preámbulo como “la Constitución de Orbegoso”... Tanto se valoró la emergencia de los caudillos, que un historiador esgrimió que si Castilla no hubiera muerto en el desierto al pie de su caballo, otra hubiera sido nuestra fortuna en la guerra con Chile… Y al final nada.

El reino próspero no es el de los políticos, es el de las constituciones que se cumplen y el de los ciudadanos que libremente producen y sueñan bajo ese marco. Con decreto y papel sellado se hizo la desgracia de nuestra república, esa que, por cierto, nunca llegamos a fundar.