Viñas de ira
“ La felicidad son momentos”, le dijo ella repantigándose sobre el sillón aquella mañana de enero de 2015. Él trataba de quitarse esas palabras de la cabeza mientras aceleraba por los portales de San Martín con la buena nueva. Febrero rumbo a casa. Lo habían contratado por plazo indeterminado, perfecta vida, perfecta como un cuadrado, nada podía salir mal ¿O sí? Repliegue… ¡Oye tú, duda de lo perfecto! Cinco meses después caminaría por esa galería tanteando opciones para hacerse de un empleo.
Sus calificaciones quedaron donde las quemó aquel año, se preguntaba cuánto tiempo permanecería sin trabajo y cuánto había invertido en educarse. “Compra una Azitromicina para el chico”, dijo Ángela con los ojos húmedos de prisa. Recordó aquel 2005 en que le quisieron quitar, y siempre por nada, un premio de poesía bien ganado, también aquel domingo de 2011 a trancadas por Jesús María cuando se anunció el triunfo de Humala. Pensó en Zavalita y en cuándo se había jodido el Perú, y él, ¿cuándo se había jodido él?
“La felicidad son momentos”. Annette le besó los labios una noche de 2000 jurándole amor eterno. Él compró cigarros para celebrar. “La vida no puede ser perfecta”. Tres meses después ella se iría a Miami para no volver. “La felicidad son momentos”, insistía Ángela desde el sillón que clareaba desde la mampara. “También el infortunio es pasajero”, pensó él mientras se dirigía ayer a su oficina en los altos del Westin. Desde allí podía ver todo. Prendió el enorme televisor que le habían colocado en la pared.
En la pantalla un exfuncionario era enmarrocado, sumaba a la lista de otros políticos que postularon cuando en 2011 él también candidateó al Congreso. Había perdido, pero creérsela hasta el fin era su salto de fe. “Éramos un partido honrado, pero no teníamos plata, ¿se puede ser honrado y tener plata en el Perú?”. Volvió los ojos al televisor del Westin, al enmarrocado que recibió dinero negro para su campaña mientras él clavaba diez carteles con sus amigos… dos de ellos destruidos y ocho llevados a un almacén municipal… por nada.
“La felicidad son momentos”, dijo Ángela alisándose el cabello una tarde de 2017, mientras él preparaba la última corrección de la aprobada novela para su editor, ese que le cerró sin decirle que publicaría a un amigo que se la agenció bien para ficharle a un consagrado extranjero pronto por Lima…Y todo por nada.