Hay algo que une a un gamer de Miraflores, una diseñadora en Arequipa, un mototaxista en Tarapoto y una barista en Cusco: todos confían, día tras día, en el sol peruano, nuestra moneda. Puede parecer solo un billete o una cifra en la app del banco, pero en realidad es un símbolo de estabilidad, identidad y esperanza.
Liliana Humala
El sistema previsional peruano está en unidad de cuidados intensivos, conectado a oxígeno a la máxima presión. Lo sostienen con discursos, leyes parche y shows mediáticos, pero en la realidad ya está muerto. Miles de peruanos –especialmente los más jóvenes– no creen ni un ápice en las promesas de una pensión futura.
¿Un Perú adormecido o un Perú que despierta? La política nacional se ha convertido en un espectáculo deshumanizado. Hoy no vemos estadistas ni líderes con visión, sino operadores que celebran su festín electoral en medio del dolor de un pueblo que sufre inseguridad, pobreza y abandono.
En el Perú existe un saqueo silencioso que avanza sin titulares ruidosos, pero con consecuencias devastadoras: la privatización del agua. Mientras en barrios populares y comunidades rurales se raciona cada gota, en los valles costeños las grandes agroexportadoras extraen millones de metros cúbicos del recurso, amparadas en un marco legal hecho a su medida.
Volar en avión debería ser sinónimo de eficiencia, respeto y cumplimiento de normas básicas de trato al usuario. Sin embargo, en el Perú, la experiencia con líneas como JetSmart o Latam se ha vuelto una odisea de abusos, maltratos y atropellos normalizados ante la indiferencia de las autoridades.
En el Perú, durante décadas, hemos vivido bajo la nefasta costumbre de clasificar a los delincuentes según su poder político, económico o social, como si existieran categorías de criminales: de primera, segunda o tercera clase. Pero la verdad es una sola y no admite matices: delincuente es delincuente, sin importar si fue presidente, congresista, ministro, alcalde o ciudadano de a pie.
En el Perú, durante décadas, hemos vivido bajo la nefasta costumbre de clasificar a los delincuentes según su poder político, económico o social, como si existieran categorías de criminales: de primera, segunda o tercera clase. Pero la verdad es una sola y no admite matices: delincuente es delincuente, sin importar si fue presidente, congresista, ministro, alcalde o ciudadano de a pie.
Hay momentos en la historia de un país que no se pueden olvidar, que deben quedar tatuados en la memoria colectiva para que jamás se repitan. El caso de Martín Vizcarra Cornejo es uno de ellos.
Chelsea partió. Mi compañera de vida, mi perrita amada, cerró sus ojitos para siempre después de doce años de entrega incondicional. Luchó hasta el último aliento contra un tumor en el hígado. Se caía, se desvanecía… pero volvía a levantarse. Y en cada recaída, cuando la fuerza le faltaba, yo le susurraba: “De pie, fuerte y valiente”, como si entendiera el alma de esa frase.
En nombre de la “modernidad” nos están vendiendo el dinero digital como la solución a todos los males: rapidez, eficiencia, comodidad. Un clic y pagaste, un código QR y compraste, una app y transferiste. Pero mientras aplaudimos la facilidad, estamos perdiendo lo más valioso que tenemos: ¡nuestra libertad!
En febrero de 2024, utilicé este medio para hacer un llamado urgente al Defensor del Pueblo y a Indecopi, denunciando el trato inhumano y abusivo de la ATU hacia los usuarios del transporte público. Hoy, con más rabia e impotencia, insisto: la gestión de la ATU es deplorable y desastrosa.
En Lima ya no solo respiramos contaminación: ¡respiramos descaro! El último gran fraude con el que nos quieren embaucar es la farsa del “tren donado” que Rafael López Aliaga y sus regidores promueven con la complicidad vergonzosa de algunos medios y una corte de trolls alimentados con el dinero de todos los limeños.
En estos tiempos, hablar de que uno es de izquierda o de derecha es vivir en el pasado. La vida ha corrido, ha recorrido kilómetros. El mundo ya cambió y los tiempos no perdonan.
En el Perú, hay muertos que aún gritan desde el silencio. Vidas segadas que no fueron fruto de la fatalidad, sino víctimas de crímenes con rostro, móvil y sello de poder. Muertes incómodas, borradas, maquilladas o archivadas por un sistema hecho para proteger al fuerte y castigar al que denuncia.
El Perú es testigo de una vergonzosa guerra de poderes. Lima se ha convertido en el escenario de una pelea obscena por el control del Ministerio Público. Es una lucha por tronos donde los peruanos somos tratados como simples bolitas de ping-pong, rebotando entre facciones criminales.
En el Perú, miles de familias enfrentan cada día un desafío silencioso pero inmenso: criar, acompañar y cuidar a un ser querido con autismo, síndrome de Down u otra condición que requiere atención especializada. Estas familias no piden privilegios, exigen algo elemental: trato digno, acceso a salud, educación, movilidad y respeto.
¡INDIGNACIÓN!
Esa es la palabra que resume lo que sentimos millones de peruanos al ver cómo expresidentes sentenciados por corrupción siguen recibiendo sueldos, combustible, seguridad, chofer, secretaria y otros privilegios como si fueran héroes de la patria. ¿En qué clase de país vivimos que honra con gollerías a quienes traicionaron la confianza del pueblo?