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Zapatos de otroZapatos de otro

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Fecha Publicación: 06/06/2020 - 21:40
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La capacidad de ponerse en los zapatos de otro se llama empatía. Es una virtud escasa. Incluso inexistente cuando la experiencia es limitada.

Los congresistas actuales, por ejemplo, son incapaces de sentir empatía alguna para con los pacientes del Seguro Social, a quienes arrebatan mil cien millones de soles. Su falsa empatía es para con los trabajadores del Seguro bajo contrato, que exigen la estabilidad del nombramiento. El privilegio a cambio del voto. Descubiertos por la prensa, esos políticos novatos creen que saldrán impunes. Son incapaces de ponerse en los zapatos de los periodistas.

Los periodistas no son mejores en empatías, sin embargo. Los que nunca han estado del otro lado de la mesa del poder -en el gobierno- no sospechan la verdad atroz que los políticos callan: que el Estado es una bestia en la que el político se da por bien servido con mantenerse encima. Quien crea que este le dice al animal por dónde debe ir es un tonto. La bestia va por donde quiere. El periodista que por inexperiencia lo ignora es incapaz de ponerse en los zapatos del que está del otro lado de la mesa y ante el estropicio no puede creer sino en la mala fe y la corrupción del político. Como no es consciente de su ignorancia, su denuncia suele ser superficial e insuficiente.

Tampoco los empresarios son mejores en empatías. Los que son ricos, especialmente cuando son nuevos, suelen creer que el dinero lo compra todo. Temen a los periodistas y a los políticos. No saben ponerse en sus zapatos. Compran, entonces, políticos y periodistas. Con este expediente salen del paso un día a la vez. Sobreviven con tiendas de oxígeno sin una atmósfera económica que respirar en libertad.

Personalmente, me tocó el extraño destino de vivir en muchos países antes de tener edad de votar. Aprendí por fuerza que en diferentes lugares no solo se habla distinto, sino se siente y se piensa distinto. Hay ferias de vanidades dignas del Londres del XIX de la novela de Thackeray. El “sector A” limeño –llamémoslo así para no hacer juicios de valor- suele asumirse privilegiado por su educación. No sospecha su mojigatería y frivolidad al lado de sus pares de Santiago o Buenos Aires (para no ir más lejos).

No es solo que el lugar espacial no sea el mismo, sino que el lugar en el tiempo es otro. Aun si el proceso de las sociedades en la historia es uno solo, cada sociedad pasa por una etapa distinta. Esto lo saben por igual el historiador y el taxista que ignora la luz roja en Lima, pero la respeta en el Callao.

Cada sociedad tiene los políticos, los periodistas y los empresarios que tiene y nadie puede juzgar si es o no lo que se merece. La lección práctica es que no se sobrevive si no se es capaz de ponerse en los zapatos de otro. Es algo fácil de entender. Lo difícil es aceptar que aun hoy en todas partes la inmensa mayoría sea incapaz de hacerlo.