Yo, Quijote
Allí donde el Quijote no vio molinos de viento sino monstruos, verás miedo y correrás. Él verá la oportunidad de batalla, porque de eso trata ser caballero, como cuando de niño jugabas a la “guerrita” y eras héroe. El caballero de la triste figura veía en una grotesca mujer a una bella y dulce dama y en la posada un castillo. Si conocieras un Quijote le palmotearías la espalda sin saber que él te la debería palmotear a ti, pobre Sancho fracasado.
Un sabio que conocía de la sustancia humana dijo a mediados del siglo XX que Dios nos habita y lo creamos todo, como dioses inconscientes. “Cuando te encuentres con una persona negativa, pon una idea hermosa en lugar de lo que expresa”. ¿Recuerdas lo que alguno te dijo para mal? Imagina que de su boca amable brota gratitud y aceptación. ¿Deseas estar en un lugar paradisiaco con mira al mar? Tiéndete en la cama sobre la que no tienes que estar, al cerrar los ojos “estás en ese cinco estrellas frente al océano, el mundo vive en salud y paz”. No es ensoñación, es asumirte, entrar en esa realidad que el Quijote comprendió mejor que nosotros como un estado de conciencia. Dado por loco, fue el más cuerdo, quien asumido como lo que quería ser, vivió tal cual quería ser. ¿Y si esta noche una bella voz te susurra que la peste se fue y que alcanzaste tus sueños además? ¿Qué es la locura sino vivir preso de la realidad?
Todos se reían de él, infelices, torvos, apurados por ganarse el pan; pero, él no. No era preso, manipulaba la realidad con tal intensidad que se la creía, como en la esperanza de amor de la Dulcinea. ¿No hay acaso realidad en esa locura? Erasmo signaba a los doctos, serísimos, como bobos retorcidos en su sensatez, elogió la locura porque quizás la entendió como el Quijote o como aquel que se niega a reconocer su miseria, asumiendo el estado de ser rico, sintiéndolo. El “sensato” se etiqueta como realista y arguye que es seña de su inteligencia, como si la verdad importara más que la felicidad. Peor, vive en ese realismo que lo lleva a decir que es pobre, y lo dice tanto que de allí nunca saldrá. Martilla y martilla sin saber que el clavo es él y su “realista” palabra es, en realidad, su propia condena.