Vuelta a lo clásico

Cuando mido la opinión cultural, lo clásico es ignorado. El tiempo cancela la historia y selecciona sus sesgos.

No es que hoy no haya grandes artistas, lo que no se puede es comprender la vida sin la obra maestra, la mitología, el origen.

Leonardo, Dante, Maupassant, el cine de las filmotecas, Bergman, la filosofía de Ortega, el cúmulo perdido y mal comprendido que es lengua muerta para los cultos de lo inmediato, porque la maestría ha sido destruida por los innovadores y las obras maestras se han difuminado en una niebla del olvido que nos hace creer que el mundo adánico es el siglo XXI.

Alguna vez decía a un grupo de académicos sobre la importancia de los símbolos en la poesía de Darío y me cortaron porque Darío y sus cisnes no existían más y para ser esteta hay que habitar un cuarto de manicomio o ser un exótico que ama la belleza en un mundo en el que cantarle a lo bello ofende y en el que la revisión histórica solo sirve a una intelectualmente escuálida agenda de la cancelación.

El esteticismo, el clasicismo y hasta las raíces históricas del pensamiento político pasan por antiguallas en un clima en el que leer los tuits de los políticos prevalece a las columnas políticas de los diarios y estas a los grandes estudios de la realidad. No es casual que los que no leen llamen “opinólogos” a los que sí escriben o, al menos, se toman el trabajo de pensar.

Quienes la hacemos en ambos bandos (la política y la cultura) asistimos perplejos a la muerte de lo clásico y del pensamiento complejo, que es también asistir a los funerales de la poesía, la poesía como pasión básica, como inspiración, como un llamado a la supervivencia de la inspiración y de la especie.

Los críticos asumen que los años precluyen el arte y que lo que se leyó hace sesenta años no se leerá más y pasa. Cuánto hay de vuelta hacia el reestudio de los renacentistas. Volver la mirada es lo que quise hacer en una publicación periódica hace algunos años. Mi iniciación fue un animoso artículo sobre Unamuno.

Cuando lo clásico muere, mueren los referentes y nos perdemos. Allá los bobos que enajenan la cultura a la agenda doctrinaria actual. Poco menos hizo el brutalismo soviético. Simplemente ya no tenemos de dónde asirnos para saber y crear con autenticidad.

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