Unidad democrática o populismo chavista
La izquierda marxista tiene la capacidad de aprovechar cualquier debilidad de su mejor adversario, la democracia representativa, socavando su legitimidad ante ciudadanos que creen definitiva la conquista de su libertad. Se han ensayado muchas explicaciones de cómo un país como Chile, que a principios de los 90 recibía elogios y predicciones de alcanzar el desarrollo económico en dos décadas, aceptó frenar su crecimiento y su estabilidad política en la era Bachelet, para convencerse luego de la ‘injusticia’ de su imperfecto régimen, por lo que necesitaban una nueva Constitución. La Convención en funciones está aprobando un texto que parece redactado por el MIR de la década del 70; inexplicablemente, pensaron que debían cambiar un buen modelo, por uno nuevo ideado por aventureros, comunistas y activistas sociales radicalizados.
El marxismo se reinventó luego de la exhibición mundial de su incapacidad para construir sociedades prósperas. En Europa, América y Asia demostraron que su desprecio por las libertades y las leyes esenciales de la economía tan solo producía miseria y corrupción, por lo que tuvieron que establecer regímenes de represión y control social para mantener a sus líderes en el poder. Luego del brutal desastre de Venezuela, el país más rico de Sudamérica, lejos de revisar sus programas y modernizar su propuesta ideológica, apostaron por explotar los defectos del modelo que promovía crecimiento económico y dinamitaron los sistemas de partidos con nocivas reformas electorales y políticas.
Siendo el fascismo y el comunismo hijos de la misma entraña ideológica totalitaria, ambos necesitan concentrar todo el poder e imponer modelos excluyentes a ciudadanos despojados de sus derechos, convertidos en súbditos de un Estado omnipresente. La forma de combatir esas ideologías es reforzando las instituciones democráticas, por ejemplo, incorporando el uninominalismo para mejorar la representación política, construyendo además una fuerte alternativa política de oposición con la renuncia de egoísmos y aspiraciones, para así impulsar a un solo candidato de centro y derecha, con probada trayectoria democrática, capacidad de comunicación, y el necesario carisma para enfrentar al populismo totalitario en los medios y redes sociales.
En la guerra ideológica moderna solo cabe la unidad democrática postergando las diferencias que separan, resaltando los principios y valores que unen. La falta de un líder de oposición y una nueva dispersión de los votos en primera vuelta entre una veintena de candidatos débiles, solo ofrecerá al verdadero enemigo la oportunidad de acentuar el proceso hacia el populismo chavista, esto es, la versión latinoamericana del marxismo leninismo genocida y empobrecedor de Stalin, Mao, Fidel, Maduro y Ortega.
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