Una nueva forma de vivir
Ha muerto tanta gente alrededor que ya he perdido la cuenta. Desde el primer caso en nuestro país muchas cosas han cambiado. Muchas, sin darnos cuenta. No solo nos hemos acostumbrado a convivir con la enfermedad, sino también con el miedo y con la muerte. Se han vuelto parte de nuestra vida y de nuestras preocupaciones, y no solo por una cuestión personal, sino además por aquellos a quienes tenemos que cuidar. Ellos, los más vulnerables, terminan volviéndonos vulnerables también. La familia se ha ido poco a poco y no hemos podido hacer nada. La impotencia ante la incapacidad de acción debe ser uno de los cuestionamientos más abrumadores que nos podría perseguir en tiempos de pandemia. El dilema de dejar a un enfermo en el hospital se convirtió en una especie de despedida anticipada, esa que no ensayamos ni advertimos, pero que forzosamente se convirtió en una especie de rutina. Pelear por un lugar, por un espacio, por una cama, por un balón de oxígeno y, esperar horas (y días) en la puerta de un hospital es someterse a la desilusión, una que nos prepara para lo que vendrá después. Los recuerdos se han convertido en una herramienta para luchar contra la muerte, una que a veces puede sostenernos o que, simplemente, nos hunde por la certeza de la ausencia. Entonces luchamos contra eso y limpiamos los recuerdos, uno por uno, con mucho cuidado, porque de esa manera la muerte duele menos. Entonces aseguramos que no sean ido, que están siempre con nosotros, más allá del dolor y de la nostalgia desdibujada por el sufrimiento. Y la familia se termina convirtiendo en el elemento protector, la familia, esa que queda, que se mantiene y se resiste a irse sin dar batalla. Hace un año y un día se fue papá y todavía recuerdo la última vez que nos vimos, tomamos una cerveza y no imaginamos que la pandemia nos impediría reencontrarnos. A papá se lo llevó el maldito virus y no habrá nada que me devuelva su compañía cada tarde en el sillón de su sala o a mi lado, de copiloto, mientras escuchábamos la radio y conversábamos en silencio. Los recuerdos están ahí siempre y a veces siento que regresa de cuando en cuando para asegurar su espacio en la memoria. Una vez me dijo que no hay que tenerle miedo a la muerte porque es una nueva forma de vivir. Ahora recién he podido entender.
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