Un distrito electoral, un diputado
En el año 1188 se reunieron en el Reino de León las primeras Cortes Generales con la participación de plebeyos, elegidos por los notables de cada uno de los burgos a los que habrían de representar. Y es que Alfonso IX necesitaba el consenso para crear impuestos, no deseaba enemistarse con los residentes de los burgos, pues éstos ya tenían los medios para resistir las órdenes reales, mediante el alquiler de mercenarios. Así nace la democracia representativa, cada uno de los delegados plebeyos asistentes iba a comprometer con sus decisiones al conjunto de la comunidad que lo había elegido. Ello significaba que los ciudadanos sabían que el rey quería aprobar nuevos tributos, pero enviaban a su representante provisto de instrucciones detalladas, las mismas que, una vez negociadas y aprobadas, compensarían con ventaja el costo de aceptar las pretensiones de la Corona. Ese fue el modelo que Inglaterra adoptó, y así fue cómo Margaret Thatcher postuló a diputada en 1950 por el distrito de Dartford, perdiendo el escaño en disputa, pues su partido la había lanzado en una circunscripción considerada bastión del laborismo; recién en 1959 logra su primer triunfo, pero en Finchley, un distrito más conservador.
Sí, al igual que en los Estados Unidos de Norteamérica, cada distrito electoral elige un solo diputado, ya sea miembro de la Cámara de los Comunes en Westminster, o miembro de la Cámara de Representantes en Washington. Como bien nos recuerda José Luis Sardón, hay numerosos estudios contemporáneos que afirman que el sistema uninominal, esto es, elegir un solo diputado por circunscripción electoral, promueve el bipartidismo imperfecto, entendido como un sistema de partidos en donde existen solo dos partidos capaces de colocar a su presidente como jefe de gobierno, al estilo del Reino Unido con conservadores y laboristas, Estados Unidos con republicanos y demócratas, o Alemania con socialdemócratas y socialcristianos. Puede haber otros partidos menores, pero solo influyen en la composición del gabinete y, por tanto, en las políticas gubernamentales, en la medida de ser necesarios para formar una mayoría parlamentaria pactada; ésta, lograda en partido o en alianza, permite estabilidad gubernamental en torno a un programa legislativo consensuado, producto esencial del realismo político y del ejercicio democrático.
En el uninominalismo, ambos partidos tienen incentivos para presentar al mejor candidato posible en cada distrito electoral, pues debe contender en lid personal. Y, al mismo tiempo, tener un líder de peso en la circunscripción, hace que el partido lo respete, descartando tentación de reemplazarlo por el amigo o el financista pues el riesgo de perder el escaño es suficiente desincentivo. En definitiva, la introducción del uninominalismo produciría, en nuestro régimen político, todos los efectos de una verdadera reforma.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.