Sobre Juan Gonzalo Rose
Ha llegado una visita a la casa de Juan Gonzalo. Pasa Luchito, dice doña Jesús. Luchito es Luis Hernández Camarero, impecable sonrisa, anteojos oscuros; verdosa la huella de la barba; pero impecablemente afeitado. Licor no, señora Jesús, dice Luis Hernández. No hijito, aquí el licor escasea, responde ella. Un tecito te daría, continúa. Lucho Hernández quiere licor, pero doña Jesús es muy seria; si ha dicho té, es té sin darle vuelta. Juan Gonzalo se está riendo solo viendo el apuro de Lucho Hernández. Doña Jesús, diligente, acerca el azucarero y Luis Hernández se sirve cucharada tras cucharada haciéndose el descuidado: melcocha queda la taza. Los poetas conversan; doña Jesús, discreta, no dice nada; pasan las horas y ese té azucarado no lo toma nadie. Cuando se va Hernández doña Jesús le dice a Juan Gonzalo: ¡pero si yo estaba haciendo una broma! Y Juan Gonzalo termina diciendo: mejor mamá, no hay que dejar que Luis Hernández beba mucho. ¡Tú sabes cómo son los jóvenes ahora!
Rose tiene una virtud que pocos tienen: sus versos son de amor, siempre de amor ternuroso, si se me permite el neologismo. Rose va tocando los objetos, las personas, los paisajes y los viste justamente de luz no usada; inclusive su poesía de combate es de extraña belleza: Zampado el aire. El agua/ zampada. Y en el palacio/ alguien se ha zampado./ Aquí se zampan desde antiguo./ El inca se zampó sobre los valles/ defendidos apenas por el humo./ Hediondos españoles se zamparon/ al templo de la luna./ Luego los militares:/ se zamparon./ Y así de zampadera en zampadera/ fuimos de siglo en siglo,/ de aldea en aldea,/ de festejo en festejo:/ ¿quién no se zampa a una fiesta un sábado?.
Para Rose no hay diferencia entre el poblador que se mete a una fiesta, el militar que ocupa el palacio y el inca que fue expandiendo su imperio. No necesita calificar las acciones, no coloca adjetivos inútiles, inca cruel por ejemplo, le basta la fuerza motriz de una sola palabra, “zampado”, que resumen en sí misma la imagen que el pueblo tiene sobre la historia del Perú: una larga aventura de zampones. Y escribiendo así, usando la palabra “zampar” en sus distintas variantes, Rose no hace otra que lo que quería el poeta Garcilaso, quien escribía poesía usando las palabras que todos conocían, y entre estas prefería las menos gastadas por el uso.
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