¡Salven los libros!
En varias ciudades del norte del país la incesante lluvia se ensañó destruyendo todo a su paso. Ante la fuerza de la naturaleza colapsaron innumerables casas. En una de ellas, construida con mucho esfuerzo y cariño por una pareja de profesores de colegio estatal, hoy jubilados, vivían, además, sus hijos y varios nietos. En menos de lo que imaginaban la tragedia pintaba con la opacidad de los días tristes la casa entera. Por las bien cuidadas puertas ingresaba agua sin cesar y el nivel amenazaba con cubrir todo el primer y segundo piso. Desesperados, la pareja y sus familiares se pusieron manos a la obra para salvar sus bienes. Unos cargaban aparatos electrónicos, otros se esforzaban por salvar muebles menores colocándolos sobre la mesa y así cada quien hacía todo lo humanamente posible.
"¡Salven los libros!", "¡Salven los libros, por favor", eran intensos y desesperados los gritos que profería la pareja de profesores suplicando ayuda. Es que ellos consideraban a sus libros parte muy importante de su familia; con sus libros sobrellevaron la cruel pandemia, en sus libros se habían refugiado para mantenerse con vida a pesar de tanta desgracia. Es que sus libros tienen tanta valía que vale la pena deponer otros bienes de valor y salvar, literalmente, de la destrucción a sus libros, cueste lo que cueste.
En nuestro país sabemos que son cada vez menos las personas que leen, y muchos menos todavía quienes poseen una biblioteca, si así se puede llamar a una pequeña cantidad de libros apilados en uno o varios estantes, pero solo quienes disfrutan la intensidad de emociones que genera la lectura de libros puede actuar así y tomar tamaña decisión, emoción que hasta ahora ningún estudio o algoritmo matemático o de otra índole puede explicar. Seguramente para muchos, esta pareja jubilada de profesores son injustamente tildados de locos o seres huraños venidos de otro planeta.
Al final, fueron muy pocos los libros salvados del agua. Quién sabe si el agua ha llevado o a dónde ha transportado tantas emociones que ha ido despintando y haciendo añicos en las indefensas hojas de papel.
Lo cierto es que la agresividad del agua no ha sido capaz de borrar y menos de arrancar las emociones que permanecerán eternamente como experiencias intensamente vividas por la pareja de profesores y que hoy, de cuya sistematización, también disfruta su familia y, con absoluta seguridad, quienes tuvieron el privilegio de haber sido sus alumnos. Todo indica que salvar los libros será cada vez más una tarea muy difícil. La asumimos como nuestro tremendo reto.
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