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Ribeyro en el colegio

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Fecha Publicación: 19/08/2021 - 22:00
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Los cuentos de Ribeyro deben ser los textos con los que muchos iniciaron su vida literaria más allá de querer ser escritores o intentar una experiencia con las letras más allá de la simple lectura. Ribeyro es un autor completo, sin duda. Es un autor que, más que un conjunto de libros, significa un hito en las últimas generaciones, un autor que permitió que otros escritores peruanos hayan develado sus aspiraciones y haya servido de influencia literaria.
Aparte de “Los gallinazos sin plumas”, hubo tres cuentos que marcaron el camino de las letras de muchos compañeros que iniciaban la secundaria: “El banquete”, “Alienación” y “Silvio en el Rosedal”. La primera vez que los leímos en clase fue para un examen que teníamos que rendir en el curso de literatura. A muchos no les gustaba leer, lo cual no era necesariamente una novedad. Sin embargo, fotocopiamos esos tres cuentos y decidimos reunirnos una tarde para repasar previo al examen. En esos años, no teníamos acceso a Internet y las lecturas tenían que realizarse obligatoriamente, aunque no gustaran. No había salvavidas en YouTube ni resúmenes en páginas como Wikipedia o rincón del vago. Es más, quienes podían compraban libros, porque normalmente costaban caros, y quienes no, como nosotros, fotocopiábamos con las propinas que podíamos juntar luego de limitarnos algo en el quiosco durante el recreo.
Aquella vez que nos reunimos para conversar sobre los cuentos y con el desgano de muchos, descubrimos que Ribeyro era mucho más que “Los gallinazos sin plumas”, aquel cuento que nos habían repetido hasta el cansancio en la primaria, pero que no nos habían explicado la importancia social que ello implicaba. Estar sentados con las fotocopias toda esa tarde nos permitió descubrir un Ribeyro mucho más atractivo para los intereses de un adolescente. Ese escritor del que lo único que sabíamos es que solo fumaba, ahora era otro, uno nuevo, uno que nos permitía explorar la vida urbana y los problemas que la sociedad nos refregaba en el rostro sin darnos cuenta.
Ese mismo año, por cuenta propia, volvía a leer otros cuentos de Ribeyro y creo haberlos acabado pocos meses después. Luego vinieron sus novelas Los geniecillos dominicales y Crónica de San Gabriel, y uno de los últimos libros que leí fue Prosas apátridas, pero esa ya es otra experiencia mucho más compleja de contar. Es otra historia, definitivamente. Las experiencias lectoras siempre son distintas cada vez y con Ribeyro uno nunca deja de aprender.

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