Regular la libertad de expresión
Los académicos de izquierda lucharon durante la segunda mitad del siglo XX por confundir el concepto de democracia, adjudicándole diversos significados, muchas veces opuestos a su contenido esencial. Es evidente que la única democracia real es la representativa, porque reconoce la existencia de diversos intereses contradictorios al interior de toda sociedad; esos grupos sociales en disputa luchan por obtener los votos necesarios para decidir o influir. En el contexto de esa contienda democrática, personas e instituciones participan con libertad, haciéndose escuchar en favor o en contra de esas tendencias.
Así, para tratar de destruir a la democracia triunfante a inicios del siglo XXI, la izquierda tuvo que resucitar a Gramsci, reemplazando la lucha de clases por las contradicciones de naturaleza cultural y, como de costumbre, tratando de suprimir la libertad de expresión manipulando su significado.
El auge woke tuvo su pico con Joe Biden y Ursula von der Leyen, pero, con cierta lógica, el sistema democrático viene recogiendo la reacción de los ciudadanos frente a la migración descontrolada, las políticas radicales para evitar el cambio climático, la sexualización de menores y la obligatoriedad legal de reconocer la autodefinición sexual, por absurda que pueda ser. El rechazo mayoritario a la ideología progre, que en EE. UU. ha llevado al poder a Donald Trump, amenaza con forzar un pacto de gobernabilidad en Alemania y con vencer en las próximas elecciones en Francia.
El problema radica en que la ideología gramsciana no admite la libre competencia que una democracia supone. Como los totalitarios del siglo XX, están absolutamente seguros de tener toda la razón y de que la disidencia no debe ser tolerada. Así lograron penalizar las expresiones supuestamente discriminadoras, como el afirmar que solo existen dos sexos, o xenófobas, si con cifras en mano se demuestra que el aumento de la delincuencia está directamente relacionado con la fallida asimilación de musulmanes radicales que no trabajan ni estudian.
Existe hoy mismo una involución en la comprensión oficial de la libertad de expresión. Volker Turk, que funge como alto comisionado de las Naciones Unidas para los DD. HH., propugna abiertamente “regular” los contenidos en los medios de comunicación y redes sociales para censurar toda expresión u opinión que no esté ajustada a la “verdad”, incluso si el expositor tiene un significativo respaldo electoral.
El excomisario europeo Thierry Breton ha felicitado al funcionario que anuló las legítimas elecciones rumanas solo porque ganó la derecha antiglobalista, y advirtió que lo mismo podría suceder en Alemania. Ese convencimiento de la necesidad de aplastar la disidencia en procura de la victoria de su ideología es lo que nos recuerda el fascismo de Mussolini o el comunismo de Lenin: el totalitarismo ha regresado.
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