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Recuerdos de Navidad
En mis años de niñez, para las fiestas de Navidad, en mi pueblito Lucanas, al sur de Ayacucho, no esperábamos regalos, nos eran ajenos panetones, pavos horneados, etc., tampoco teníamos la menor idea de quién era Papá Noel: la noción de todo eso recién llegó cuando emigramos a la ciudad y en mi caso a mi llegada a Lima. A contraparte de todo eso, con bastante anticipación armábamos el pesebre en la iglesia del pueblo, amainábamos algodón para simular un hermoso cielo azul cubierto por densas nubes blancas, dibujábamos y pintábamos estrellas y otros adornos, acondicionando el mejor hogar para la llegada del Niño. Esperábamos con ansias que lloviera, es que la lluvia traía alegría especial y lo era todo para nosotros; si llovía se bailaba y cantaba con más alegría. La Noche Buena terminaba después de la misa en la iglesia del pueblo, donde gozábamos tarareando las canciones que los pastores entonaban, y volvíamos a casa felices de haber participado de la llegada del Niño Dios y en su homenaje compartíamos un buen ponche y ricos buñuelos que preparábamos todos. Recuerdo, con especial alegría, que alrededor de la mesa siempre se reservaba una silla vacía destinada a la visita o al forastero.
A pesar de la nostalgia de esas épocas bellas, me alegra la próxima llegada de la Navidad, pero me pone triste de solo saber que ahora brilla la apariencia, y lo que más se celebra es el vil negocio; me apena saber que todos piensan en sí mismos y olvidan que el homenajeado es el Niño Dios; me pone triste saber que para muchos importan más las luces de neón y los árboles artificiales; me pone triste saber que se busca “contentar” a nuestros niños con regalos costosos y más grandes que ellos mismos y me entristece, sobremanera, pensar en las familias que no encontrarán consuelo porque algunas perdieron y a otras les arrebataron una parte de su ser: al hijo que es su propia entraña y eso es como arrebatarles al Niño Dios de sus brazos y que en esta y en las próximas navidades no podrán abrazarlo.
No es justo que hasta en la Navidad, sí, en la fiesta de los niños, nos olvidemos del Niño Dios y de los niños, no está bien que saquemos ventaja de su inocencia. Sincerémonos y hagamos todo lo posible para arrancar sonrisas de nuestros niños. Ojalá que la Navidad logre humanizarnos un poquito.