¿Por qué tenemos estos gabinetes?
La declarada intención presidencial de propiciar la disolución del Congreso es la causa del bajísimo nivel de los avezados integrantes de los últimos gabinetes. Se trata de provocar la denegatoria de la confianza más que de gestionar la solución de los problemas del país. Es así como pudimos reconocer en los ministros a los peores personajes de nuestra ciudad: el sindicalista ocioso con décadas de licencia; el extremista que promete un mundo mejor, mientras exige coimas a mineras y proveedores; el eterno estudiante con dos párrafos en su CV; el chofer agresivo que colecciona cientos de papeletas; el tramposo del barrio que organiza juntas fraudulentas; el académico gustoso de servir al corrupto; el arribista dispuesto a ser comunista, liberal o falangista; o el vecino odioso que además de pegar a sus familiares no paga el alquiler ni la cuota del edificio. Todos ellos nos han ofrecido una importante lección académica: el actual gobierno se parece demasiado a lo peor de la sociedad.
Qué lejanos están los días de un Manuel Ulloa desmantelando la dictadura militar desde la PCM, Juan Carlos Hurtado gestionando el inevitable shock de 1990, o José Antonio Chang enfrentando a los opositores de la reforma educativa con evaluación magisterial. Los actuales personajes no tienen más mérito que el engaño, son agitadores regionales con las mañas que eso implica; al no haber partidos que formen, son como tinterillos sin título, absorben habilidades en la escuela amoral de la calle, pero son incapaces de solucionar problemas.
Aristóteles ya sabía que un buen gobierno requiere que los ciudadanos puedan elegir gobernantes entre quienes estén mejor preparados: electorado más élite, pues la masa electoral sin correcta orientación degenera en demagogia y, solo la élite, en tiranía. Hoy, la mayoría profesionales de esmerada trayectoria académica y profesional evitan la militancia política, la adhesión permanente a un programa. Siendo la política una profesión que se aprende compitiendo y escalando al interior de las organizaciones partidarias, hoy casi inexistentes, se está llenando el vacío producido con el ingreso masivo de aventureros y delincuentes.
Mientras más desprestigio tenga la actividad política, menor será la calidad de los nuevos ministros. Es imprescindible adoptar reglas que desincentiven el transfuguismo y la corrupción, para promover el legítimo interés de los mejores profesionales de participar en los gobiernos de su tendencia ideológica. Se debe fortalecer a los nuevos partidos políticos dándoles la exclusividad de la postulación de candidatos a nivel nacional, a cambio de que se esmeren en reclutar a la élite de las universidades.
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