Por los caminos del Señor
Hola…
El pasado domingo, al finalizar nuestra conversación, nos habíamos detenido en la ciudad de Belén, junto al pesebre donde fue colocado el Niño Jesús tras su nacimiento. Recuerdo que era octubre, hace tres años. La pandemia del COVID-19 ya había quedado atrás, y un grupo de peregrinos emprendimos un viaje a Tierra Santa. Nuestro objetivo era doble: conocer los lugares donde vivió Jesús y, sobre todo, agradecer a Dios por haberse hecho hombre en Él, llenándonos de gracia divina para renovar nuestro compromiso evangelizador.
Aquel día, Jerusalén amaneció con un sol espléndido. Partimos hacia Belén desde nuestro hotel; el trayecto, que duró entre una hora y hora y media, nos llevó finalmente a la ciudad de Beit Yala, aledaña a Belén. Pero antes, hicimos una escala en Ain Karem, el lugar donde la Virgen María visitó a su prima Isabel, ambas esperando a sus hijos.
Llegamos a Belén alrededor de la una de la tarde. Tras almorzar, visitamos una gran tienda de recuerdos cristianos, repleta de hermosas piezas de madera tallada. La tienda pertenece a una familia peruana cuyos ancestros son originarios de esa tierra.
A las tres de la tarde, la iglesia católica abrió sus puertas. Este templo comparte un muro con la iglesia ortodoxa, en cuyo interior se encuentra la estrella que marca el lugar exacto del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Al concluir la misa, mientras la mayoría de los peregrinos se dirigía a hacer fila para visitar la iglesia de la Natividad, tuve un encuentro especial. El responsable de los franciscanos en Tierra Santa, a quien conocía desde la Iglesia de San Francisco de Barranco, me invitó a acompañarlo.
Me llevó por un acceso menos conocido desde la sacristía hacia la iglesia ortodoxa. Para entrar al lugar santo donde nació Jesús, existen dos puertas: una exclusivamente para la entrada y otra para la salida. Coincidentemente, la iglesia ortodoxa celebraba un ritual a esa hora, con un grupo de sacerdotes ortodoxos. Gracias a mi acompañante, ingresé por este acceso especial y pude dirigirme directamente al lugar donde fue colocado Jesús en el pesebre.
El ambiente era sobrecogedor. La luz tenue creaba una atmósfera de recogimiento y paz. Los peregrinos entraban por donde está la estrella y salían por la misma puerta por la que yo había entrado. Me permitieron quedarme más de una hora, sentado a un metro del pesebre, en una sencilla banca de madera. Desde aquel rincón del portal de Belén, pude orar en silencio, sumido en un profundo agradecimiento.
Te seguiré contando en una próxima oportunidad.
“Señor, tu pesebre es nuestro consuelo”
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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