Por los caminos del Señor
Hola… Me encantó la historia que voy a contarte. Primero, porque me encantan las papas fritas crujientes, y segundo, porque su origen está ligado a una discusión entre un camarero y un cliente en un restaurante de Estados Unidos.
Antes de llegar a ese episodio, permíteme contarte, a modo de introducción, que las papas fritas tienen un origen muy interesante en Bélgica. En una ciudad donde solían comer pescado frito con frecuencia, un año el lago se congeló, impidiendo la pesca. Alguien, entonces, tuvo la idea de pelar papas, darles forma de pescado o de trozos de pescado, y freírlas. El resultado fue un éxito.
Ahora sí, volvamos a nuestras papas crujientes. En un restaurante muy reconocido, frecuentado por personas de la alta alcurnia, ocurrió que un día un cliente habitual pidió un bistec con papas fritas. Sin embargo, estas no fueron de su agrado. El camarero, un afroamericano, le ofreció cambiarlas, y así lo hizo. Pero el cliente volvió a quejarse con el segundo plato, con el tercero, y también con el cuarto. El pobre camarero, sin más alternativa, tuvo que seguir cambiando el pedido. Hasta que, en un momento, entró a la cocina y le dijo al cocinero: “Déjame que yo prepare las papas fritas del cliente”.
Entonces, tomó una papa entera, la cortó en finas láminas, las frió, les echó una generosa cantidad de sal, y presentó el plato. El cliente, sorprendido, le dijo: “Estas papas no se pueden comer con tenedor”, que era lo habitual en ese restaurante. Pero la venganza del camarero resultó ser un acierto: el cliente se animó a comer con las manos y aquello fue un golazo. Tanto, que regresó todos los días a disfrutar de aquellas papas crujientes.
Así nació uno de los productos más universales: las papas fritas crujientes, que hoy uno puede encontrar en casi cualquier parte del mundo. No es una historia para olvidar, sino para reflexionar. A veces, un momento que parece negativo puede convertirse en una oportunidad extraordinaria. Como sucedió en este caso, aquello que parece un castigo puede, con creatividad y empeño, transformarse en algo maravilloso… e incluso en un regalo para la humanidad.
“Entiende para que puedas creer, cree para que puedas entender”.
San Agustín.
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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