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Por los caminos del Señor

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Fecha Publicación: 21/06/2025 - 21:40
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Hola…
La liturgia de este domingo nos recuerda la festividad del Corpus Christi, es decir, la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Esta reflexión nace desde un recuerdo personal que guardo desde mi infancia, en mi pueblo. En esta fiesta, que suele celebrarse entre los meses de mayo y junio, en plena primavera e iniciando el verano, los campos se encontraban en toda la plenitud de su belleza natural: los árboles verdes, los prados llenos de flores y la naturaleza en todo su esplendor nos ofrecía la posibilidad de adornar las calles con los elementos más hermosos que uno pueda imaginar.
En las tardes del miércoles anterior al Corpus —que en aquella época se celebraba en jueves— salíamos de la escuela temprano. Junto al maestro y nuestros padres, íbamos al campo a recoger ramas de árboles, espadañas y flores que llevábamos al pueblo. Con entusiasmo y alegría desbordante, las colocábamos en calles y plazas por donde, al día siguiente, iba a pasar el SANTÍSIMO SACRAMENTO.
En las casas, los ventanales se adornaban con mantones de Manila, bellísimamente confeccionados. Al mismo tiempo, en la casa del presidente del pueblo, del médico, del maestro y de alguna otra autoridad, se preparaban altares en los que, durante la procesión del Corpus, nos deteníamos para rezar.
La misa se celebraba al mediodía, y al finalizar, los mozos del pueblo subían al campanario y repicaban las campanas mientras la procesión recorría las calles y plazas, honrando a Cristo Sacramental. Bajo palio, el sacerdote del pueblo llevaba en sus manos la custodia, y en ella, la hostia consagrada durante la misa.
La fuerza de este día, para mí, estaba primero en la vistosidad del momento, pero también —y sobre todo— en el respeto. Todo el pueblo acudía a la procesión. Se cantaba, sí, pero con un respeto absoluto.
Estas imágenes imborrables me dieron el sentido profundo de esta fiesta: saber con certeza que en cada eucaristía se realiza el misterio de la transubstanciación, que significa la presencia real de Cristo en la Sagrada Hostia y en su Sangre redentora, y que es el memorial que Cristo nos dejó en la Última Cena.
Es cierto que las circunstancias han cambiado; sin embargo, el significado de esta solemnidad permanece inalterable, porque continúa viviéndose en la eucaristía como alimento del alma el misterio redentor de la Última Cena y del Calvario.
Cuando el sacerdote concluye la consagración, se dirige a la comunidad diciendo:
“Este es el Sacramento de nuestra fe”,
y la comunidad responde:
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!”
“Entiende para que puedas creer, cree para que puedas entender”
—San Agustín
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana.
¡Que Dios nos bendiga!
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