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Por los caminos del Señor

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Fecha Publicación: 24/05/2025 - 22:00
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Hola…
Una historia que me ha conmovido profundamente es la de una niña africana y un diminuto caracol. La maestra, emocionadísima, le preguntó a la niña dónde había conseguido ese bellísimo caracol, ya que sabía que solo se encontraban en la playa, a varios kilómetros del poblado donde vivían. La niña respondió:
—Maestra, yo quería darle el mejor regalo porque usted es muy buena conmigo, y pensé en algo que fuera diferente a cualquier otro regalo que pudiera recibir en su cumpleaños.
La maestra, enternecida, le dijo:
—Hijita, sé que has caminado muchos kilómetros para llegar hasta la playa donde se encuentran estos caracoles. No debiste hacer semejante esfuerzo solo para buscarme un regalo.
Y la niña le respondió:
—Maestra, la larga caminata que hice es parte del regalo.
Una de las frases más hermosas del Principito es aquella que nos dice: “Lo más precioso de la vida, lo más bello de los paisajes, lo más armónico de la música, solo se puede ver y escuchar con el corazón. Los ojos y los oídos, por sí solos, nunca serán capaces de captar la plenitud y la belleza del mundo exterior”.
Cuando una niña es capaz de descubrir la verdad del amor —o, mejor dicho, la belleza del amor—, esta belleza consiste en entender que la fuerza del amor se fundamenta en el sacrificio.
En este mes de mayo, mientras celebraba la Santa Misa en un parque de la zona de la parroquia, al finalizar la Eucaristía, una niña se me acercó con una margarita —una flor de pétalos blancos y centro amarillo —y me dijo:
—Padre, quiero regalarle esta flor a la Virgen. En todo el jardín he buscado la más bonita y la he cortado para traérsela a Ella.
Era una flor pequeñita. Sin embargo, el esfuerzo de esta niña por recorrer todo el parque —que es inmenso, y para una niña de cinco años mucho más inmenso que para un adulto— sabía que, sin duda, su esfuerzo era el mejor regalo de amor que podía ofrecerle a la Virgen.
El corazón de esa niña fue capaz de enternecer el mío, humano al fin y al cabo. Estoy convencido de que para María, nuestra Madre, ese pequeño gesto fue un regalo infinito e invalorable y, para la niña, fue sin duda una bendición, porque ya desde su tierna edad es capaz de ver la belleza de la vida con los ojos del alma.
¡La tumba quedó vacía, llena tu corazón con Jesús!
Gracias por llegar hasta aquí.
Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!

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