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Por los caminos del Señor

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Fecha Publicación: 23/08/2025 - 22:00
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Hola… Cada amanecer, en esta comarca de León, se vive la experiencia maravillosa de un cielo azul intenso, de nubes blancas que el viento acarrea y un aire puro que nos recuerda la esencia de la naturaleza en su estado más genuino.
Hace unos días, todo esto que te he descrito quedó sustituido por un cielo gris, un aire contaminado y la casi ausencia de nubes. Todo ello debido a que, en la noche anterior, se inició en el campo un intenso fuego que duró aproximadamente cuatro días.
No solo en la comarca donde vivo ocurrió este desastre: el incendio destruyó cientos de miles de hectáreas de terreno verde y frondoso, generando una ingente cantidad de humo que llegó a cubrir casi media España.
Hace unos días en la mañana, al abrir la ventana de mi habitación, el paisaje bucólico que describí al inicio se había transformado en una inmensa mancha de humo, con un olor terrible a quemado, hasta el punto de que muchas personas tuvieron que usar mascarilla, como en los tiempos de la pandemia.
El fuego no se limitó a esta región; también se extendió a por lo menos otras cuatro zonas de España, en el norte, el centro y el sur.
No soy yo quien para narrar como un periodista todo lo sucedido, pues los incendios se produjeron de manera simultánea en lugares muy distintos de la geografía de España.
Sin embargo, hubo múltiples causas: durante tres semanas las temperaturas superaron los 40º; hubo tormentas con rayos que provocaron el incendio; y, posiblemente, también personas imprudentes que no consideraron el daño que podían hacer al arrojar una colilla en el campo.
Fueron muchos los factores que se conjugaron, y nosotros, quienes estábamos a cierta distancia del fuego, vivíamos con preocupación por la suerte que corrían aquellos que, en muchos casos, lo perdieron todo: sus casas y sus animales.
En la televisión, los afectados lloraban porque, en cuestión de horas, habían perdido absolutamente todo, de la manera más ilógica y devastadora como es el fuego descontrolado en el campo.
En estos días he escuchado dos frases que se repetían en los medios de comunicación, dichas por los propios afectados. Ambas se complementan.
La primera: “Los incendios se apagan en invierno”. Con ella se quiere expresar que es necesario cuidar la naturaleza durante todo el año, para que en verano, cuando los incendios —que siempre han existido, aunque en menor escala— puedan ser controlables.
La segunda frase la repetían los pobladores de toda la vida de esas zonas: “Nosotros conocemos nuestros campos y siempre los hemos cuidado; sin embargo, en los últimos 20 años, entre la despoblación de los pueblos y las leyes que incluso impedían cortar un árbol, la naturaleza creció tanto que, al secarse, en un incendio se vuelve incontrolable”.
Al escribir estas líneas, más allá de lo anecdótico —triste, sin duda—, queda también la reflexión de cómo en la vida es necesario prepararse para las vicisitudes negativas que en cualquier momento puedan presentarse.
Te seguiré contando…
“Que la sed no te haga beber del vaso equivocado”.
San Agustín
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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