Pobres, los otros
Hace unos días una conocida periodista salió de su zona de confort para calificar a las universidades. A una en especial, por cierto, y lo hizo mal, no solo por no saber quiénes eran, sino por calificar desde una burbuja. Señalar, tener supuesta autoridad para poder para decir que los otros –la periferia– son los pobres, esos que se desencantan en los extremos de la capital, no es la forma más adecuada de hacer periodismo, de ninguna manera.
Salir de la zona de confort es complicado, no solo porque nos enfrentamos a un espacio que reconocemos como nuevo, sino, además, porque usualmente llevamos los prejuicios que tenemos dentro del espacio privilegiado. Mirar desde arriba no es igual que mirar desde el costado, y con mayor razón cuando ello involucra de manera indirecta a miles de jóvenes que se forjan una carrera universitaria en un medio que le es adverso. Los conozco, y por eso lo sé. Y ellos también saben que no solo el medio es adverso, lo son también quienes lo dirigen, quienes se constituyen en líderes de opinión y que, más allá de las disculpas o del maquillaje a la ofensa, descubre la forma de pensar de muchos quienes el rango de poder o la zona de confort no ha calado aún en los espacios, según ellos, de los pobres.
Así somos los que nos hemos identificado con los otros. La exclusión es un cáncer permanente en la sociedad, eso lo sabemos, y peor cuando está ligado a condiciones económicas, educativas o humanas. Ser pobre no es malo, eso queda claro. Hay otras pobrezas que tendrían que preocuparnos; la pobreza de mente, por ejemplo, esa que corrompe la mirada de los privilegiados que ven con desdén a quienes no pueden alcanzar ese estatus, porque se instaura más allá de las palabras y más allá de ellos mismos.