Oferta y demanda electoral en crisis
La democracia griega fue un accidente en la historia, sobrevivió a través de los escritos al ser teorizada como la forma de gobierno que, recogiendo las necesidades de los ciudadanos expresadas a través del sufragio, requería de una élite capaz de gestionar la satisfacción del mandato popular. El gobierno ideal en Aristóteles era el mixto, que combinaba las virtudes de la democracia y de la aristocracia, el sentir popular mayoritario y una clase política capacitada. En la Edad Media los elegidos por las ciudades para integrar las Cortes Generales en los reinos hispanos eran miembros de las principales familias integrantes de cada comunidad representada. En la Edad Contemporánea, obtener un escaño significaba alcanzar la cumbre de una exitosa trayectoria política y académica.
El problema de este siglo es la crisis de la oferta política, las agrupaciones no tienen la organización para seleccionar convenientemente a sus candidatos; y una crisis en la demanda, pues los electores han perdido la noción de qué programas los pueden beneficiar o perjudicar, tienen además un mayoritario desapego por las agrupaciones electorales y por el ejercicio mismo de la política. Llamarlos a decidir, obligados, en procesos electorales es equivalente a las llamadas publicitarias no deseadas. En países con crisis de representación, que han perdido su sistema de partidos y que no se identifican con el candidato por el que votan, ni siquiera en el día electoral, la situación es grave.
El ciudadano que sufraga de manera forzada, sin convicción, forma parte de una masa irresponsable, no comprometida; obviamente vota mal, pues no relaciona sus tendencias e intereses con los improvisados programas de los candidatos, regalando su voto a quien hizo la mejor “propuesta”. De esa manera, se ha desnaturalizado la demanda, pervirtiendo en consecuencia a la oferta, que se acomoda a los frágiles requerimientos del elector promedio, optando por el marketing fácil e inmediatista, en lugar de construir verdaderas propuestas programáticas con visión de país.
Lo razonable es trabajar una verdadera reforma política que otorgue incentivos a la participación en la oferta electoral de jóvenes con formación o profesionales de reconocida trayectoria, presentados por partidos políticos modernos y organizados que se responsabilicen por la conducta de sus candidatos elegidos. Pero también hay que mejorar la demanda, introduciendo el voto voluntario, comprometiéndose quien realmente quiera hacerlo. En EE.UU. votó el 47.20% en 2012, 48.17% en 2016, y el 67.7% en 2020. En Colombia el promedio es de 56.2%. Se considera que los adultos que no votan ceden la responsabilidad a quienes han definido su preferencia en función al conocimiento, y la democracia sí funciona.
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