No habrá alianzas importantes en 2026
Los países que alcanzaron a construir una democracia estable son aquellos que, por diversas circunstancias, consagraron un sistema de partidos con dos grandes organizaciones en el centro del espectro político: de un lado, un partido político de centroderecha y, del otro, uno de centroizquierda, manteniendo el consenso en torno a los denominados Acuerdos Fundamentales en cada proceso electoral; esto es, ya no se discuten permanentemente los ejes principales del modelo económico, el esquema verosímil de Estado de derecho donde todos responden por igual ante la ley, ni la convicción de que solo es la actividad privada la que crea riqueza, pero que se requiere de un Estado que promueva la libre competencia y suprima las prácticas monopólicas irracionales, al tiempo que garantice servicios públicos de calidad en beneficio de todos los ciudadanos.
Así, las diferencias aparecen solo en la proporcionalidad de la intervención del Estado en la economía y en los temas sociales, en el tamaño del aparato estatal y, en consecuencia, su financiamiento con cargo a impuestos altos para pagar el costo de los “derechos sociales” o impuestos bajos para impulsar la inversión privada que crea nuevos empleos.
La estabilidad que brinda ese bipartidismo asegura estabilidad y crecimiento, pues las vigas maestras del sistema se mantienen inalterables a pesar del ruido que hace la controversia política cotidiana, además de brindar la posibilidad de preparar con tiempo grupos de técnicos dedicados al estudio de posibles soluciones a los problemas, pues, al final de cuentas, la responsabilidad del gobierno solo la tendrá uno u otro partido.
En nuestro país sucede lo inverso. Dinamitaron el sistema de partidos que existía y conformaron una maraña de requisitos burocráticos para regular a las débiles agrupaciones existentes. Se impusieron formalidades por encima de los contenidos, y el resultado ha sido tener más de cuarenta grupos electorales con la capacidad de presentar candidaturas presidenciales inorgánicas, divorciadas de toda perspectiva ideológica e incluso de contenido programático cierto.
Contrariamente al sentido común, la inmensa mayoría de posibles candidatos han decidido no ceder en sus aspiraciones y se han propuesto inscribir sus candidaturas con la esperanza de que la diosa fortuna ampare su aventura y los encumbre a la lotería de la segunda vuelta.
Solo el PPC expuso, hasta el final, su propuesta: conformar una gran alianza electoral que asegurara la presencia del centroderecha en la segunda vuelta, con capacidad real de vencer en ella.
Ciertamente, hay candidatos con mayores posibilidades que otros. En este mes, previo al inicio de la campaña electoral, en ese sector se vislumbra a Keiko Fujimori, Phillip Butters y Rafael López Aliaga como capaces de ingresar a la segunda vuelta, salvo alguna sorpresa de Carlos Álvarez, de incierta línea programática; algún izquierdista progre con el respaldo de los medios de comunicación, o algún comunista con el apoyo de frentes de defensa y gobiernos regionales del interior.
Como en 2021, todo puede suceder. Parece que estamos condenados a caminar por la cornisa cada cinco años.
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