Negro literario
Escribir con nombre propio, sea una novela, un poemario, un ensayo, un artículo, es engendrar un hijo, lo saben aquellos que han gozado la fragancia de la ruma de papeles que llega de la imprenta o quienes se leen en el Diario habitual. Escribir para uno es trabajarse, escribir para otros es explorar y amplificarse. Escribir para otros supone pensar desde mente vecina y no dar palo de ciego por no haber revisado bien la racionalidad del autor firmante. El negro literario debe dar tregua a su propio pensamiento y alinearse con pasión y finitud al que lo contrató, con la pasión de un actor que volverá a ser quien fue cuando se cierre el telón.
Escribir una obra literaria o corregirla hasta transformarla supone “mimetización”; el negro literario sorbe estilos, pero debe trabajarse a sí mismo para no perder el propio. No hay mayor riqueza que escribir las memorias de aquellos que saben que nunca las publicarán por falta de fama o acceso al mundo editorial. A veces el negro literario se pregunta por qué una persona que se dedica a una empresa, a un pequeño cargo público, a un oficio, es tentado de buscarse un autor detrás para retratar su vida en un centenar de páginas. A veces tendrá un solo lector o dos a voluntad.
No exige nunca el rigor de una tesis ni las antipáticas reglas APA, extrae el alma del que confiesa y le da curso literario. Algunos quieren leerse como si fueran el protagonista de una novela y lo piden tal cual; pero hay un factor fundamental, el negro literario es un escuchador íntimo, un receptáculo confidencial. Toma nota, repregunta, bucea, escarba y la hace de retratista fiel. De hecho, una de las necesidades primordiales es la de ser escuchados, ese es el primer descubrimiento; ser escuchado en una sociedad sorda que nos pasa por encima.
No en la experiencia propia, pero sí en la de alguno, el vertedor de recuerdos murió y las memorias fueron usadas por el escribidor. Sin autorización los secretos deben morir en el confesionario.
Quienes la hacemos en varias ocasiones, sabemos de los otros que las hacen, como un club secreto o una red de sospechosos. Hay más negros literarios de los que se sabe y, algunas veces, son los perpetradores de las más deliciosas o turbias memorias de una fama, una que el negro literario quizás nunca logre alcanzar.