Naturaleza del voto de confianza
En el fútbol, la posibilidad de acordar un resultado que beneficie a ambos equipos está completamente prohibida, pues el público paga por ver el enfrentamiento, ése es el espectáculo. La naturaleza de la política es diametralmente opuesta pues las sociedades, estando compuestas por una multitud de grupos sociales con tendencias contradictorias, necesitan aprender a tolerar, conjugar e integrar esas diferencias para concretar el Bien Común; por eso, así como las principales fuerzas políticas marcan identidad para representar esos intereses y tendencias, y obtener el mayor número de electores posible, también necesitan coordinar y concertar entre sí para construir los denominados ‘acuerdos fundamentales’ sobre los cuales se edifica la indispensable estabilidad.
Esa naturaleza de la política se plasma en las constituciones democráticas introduciendo incentivos al diálogo y a la negociación, pues de lo contrario, prevalecería el discurso agresivo y autárquico dirigido a los propios electores y no a la búsqueda del entendimiento para establecer políticas generales consensuadas. Uno de esos incentivos es la obligación de que el Poder Ejecutivo envíe a su representante, el presidente del Consejo de Ministros, a pedir el voto de confianza al Poder Legislativo. Y claro, como tanto el presidente de la República y el Congreso han recibido sendos mandatos populares, necesitan satisfacer las necesidades de sus electores participando activamente de los procesos de decisión política.
Otorgar el voto de confianza al Consejo de Ministros supone la existencia de un acuerdo previo que asegure a la mayoría parlamentaria haber incorporado al programa gubernamental algunos de los principales lineamientos de su perspectiva política, ese acuerdo le garantiza al Ejecutivo los votos necesarios y el apoyo constante a las medidas que tendrá que tomar, no necesariamente gratas, pero imprescindibles para lograr resultados favorables. Esa es la lógica de la actual arquitectura constitucional; pero hacer verdadera política requiere formación y experiencia, sin ellas, los actores se preocupan tan solo de sus propios gestos y de los aplausos que puedan arrancar de la galería. El voto de confianza es un control político valioso del Congreso frente al Gobierno, así como la posibilidad de hacer cuestión de confianza es un control letal del Gobierno frente al Congreso. No se explica el uno sin el otro, y ambos deben quedar claramente limitados para evitar el abuso y la arbitrariedad en su uso.
Las reformas constitucionales deben obedecer a grandes consensos, no a las necesidades de una coyuntura en la que los actores, al no saber hacer política, repudian las reglas que les sugieren coordinar.