Murió en su ley
Esta semana se cumplieron cuatro años de aquella mañana en la que el expresidente Alan García se disparó un tiro en la cabeza para evitar dar el triste espectáculo de un hombre vestido con el chaleco de detenido y las manos enmarrocadas. Él se sentía inocente de todo cuanto que se le acusó, aun cuando la opinión pública ya lo había sentenciado y consideraba que era responsable de muchas trapacerías realizadas durante los dos periodos de su gobierno, sin que, a la fecha, se hayan exhibido las pruebas de las corruptelas que se le achacaban, más con ruido político, que por consideraciones estrictamente jurídicas.
De ese modo ponía fin a una vida intensa y llena de vicisitudes políticas que ya había nacido en él, desde muy niño, al visitar a su padre, a quien conoció a la edad de cinco años, cuando éste se hallaba preso por la dictadura de la época.
Se sabe que ya adolescente, García se incorporó a la Federación Aprista Juvenil, a sus 17 años. Desde muy joven frecuentó el local del partido aprista y participó de las jornadas de capacitación que solía impartir el líder del partido, Víctor Raúl Haya de la Torre. Convertido en el preferido del histórico líder aprista, el joven García creció animado con su ejemplo y simbólica presencia de padre entregado a la difusión de las ideas del aprismo, como movimiento que ganaba adeptos en la juventud de la época.
Alan García recordó, en una oportunidad, cómo conoció a Haya de la Torre: “Estaba en un campamento juvenil del partido a orillas del río Rímac. No me separaba ni cinco metros de este semidiós y me sentía como en la Capilla Sixtina. Era imponente, un vasco antiguo, blanco, con una enorme cabeza que para mí solo podía ser sinónimo de una maciza inteligencia”, dijo.
La vida del expresidente estuvo signada, desde muy joven, de un activismo político muy intenso. Se dice que por sugerencia de Haya de la Torre, el joven García postuló a la Pontificia Universidad Católica del Perú y no a la Villarreal que era, aplastantemente, aprista, para tratar de ganar, para el partido, esas bases en manos de la Democracia Cristiana. Al no lograr su cometido, termino en San Marcos, base fuertemente de izquierda. Luego haría un periplo por Madrid y París para seguir sus estudios de leyes. Estando en París, fue convocado por Haya de la Torre para integrarse a la campaña por la Constituyente, que había convocado, el general Morales Bermúdez, en 1978.
Fue uno de los más jóvenes y vehementes que destacaron en la Asamblea Constituyente que presidió Haya de la Torre. Aquí García destacó, no sólo por su ímpetu juvenil, sino por una oratoria limpia, clara y sugestiva que solía encandilar a experimentados políticos de tiendas contrapuestas.
Luego de su paso por la asamblea constituyente, con el privilegio de haber acompañado al fundador del partido, Víctor Raúl Haya de la Torre, en sus últimos días de vida, García fue elegido, después, diputado de la Nación por el periodo 1980-85, y luego ungido presidente de la República por el periodo 1985-90, cuando solo tenía 35 años.
Este período de gobierno fue un fracaso. Con una inflación galopante y el terrorismo en aumento, García pagó el noviciado de su juventud. Sin embargo, habría de reivindicarse en su segundo mandato 2006-2011, con un manejo equilibrado de nuestra economía, inversión en obras públicas, construcción de hospitales y colegios públicos de alto nivel, reducción drástica del analfabetismo y la pobreza en el Perú, entre muchas otras obras que quedaron como expresión objetiva de que supo honrar la confianza que nuevamente le había dado el pueblo. García se había reivindicado, de esta manera, frente a la historia.
El Partido Aprista, ahora, debe sacudirse de todo aquello que se considere un lastre; se tiene doctrina, disciplina, experiencia y lo más importante mística, lo cual hace que sus militantes puedan organizarse para darle al Perú la dirección política que lamentablemente se ha perdido.
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