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Muñeco de Año Nuevo

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Fecha Publicación: 30/12/2021 - 22:15
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El Año Nuevo que recuerdo es aquel en que se fue la luz. En aquellos años era muy común preparar muñecos para quemarlos a las doce y también era común que la luz se fuera porque volaban alguna torre. Desde temprano recolectábamos ropa vieja de todos los que vivían en casa y peleábamos por no desprendernos de esos polos cosidos una y otra vez. Al final, siempre cedíamos y el muñeco terminaba vestido como nosotros mismos, en una suerte de proyección de lo que éramos y de que deseábamos dejar de ser.

En esos tiempos en que no había internet, la rutina de preparar muñecos se convertía en un espacio más de acercamiento social. Las palabras no se habían perdido entre los mensajes de texto ni entre audios entrecortados. Disfrutaban su libertad. Entonces éramos muy pequeños y apenas podíamos ayudar mientras los adultos bebían, conversaban e iban cosiendo las extremidades al cuerpo. La labor era complicada, pero la recompensa del trabajo terminado era una señal de victoria frente a los otros. Todas las casas desde antes de las doce se preparaban para la competencia y sacaban sus muñecos en una especie de pasarela en medio de la tierra, por cierto, porque aún no habían construido las pistas en el barrio.

A veces los muñecos representaban no una persona, sino una colectividad. Toda creación termina teniendo parte de su creador y, en este caso, terminaba siendo nosotros mismos. Ese muñeco representaba cada una de nuestras posibilidades y nuestras carencias, nuestros sueños frustrados, nuestras metas no conseguidas. Y esa simbolización nos permitía seguir el ritual, de esperar las cenizas mientras los más pequeños aprovechábamos para lanzar cohetes y sentir de cerca el calor de esos sueños truncados.

Aquella vez en que se fue la luz, creamos el muñeco más deforme que pudiéramos imaginar. Era de noche y apenas pudimos terminar. No habíamos podido recolectar trapos viejos y entonces rellenamos el cuerpo con basura. Aún recuerdo el olor nauseabundo mientras se quemaba nuestro muñeco en medio de la oscuridad y sin la melodía de fondo de las luces navideñas. Esa noche dormimos temprano, abrigados por el calor del muñeco y las cenizas que entraban por la calamina. No hubo luces navideñas ni música. Era necesario estar preparados para tiempos peores, años después, cuando hubiéramos crecido y tuviéramos que enfrentar a la vida y a todos esos sueños truncados, uno por uno, que ya no se esconderían nunca más dentro de un muñeco.

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