Mesiánica pelotudez
“Pelotudeces democráticas”, decía un congresista elegido solo porque la democracia existe, ahora en rentado tránsito hacia su “reino de este mundo”. Socialismo made in Junín. Un ministro culpa a los doscientos años por nuestras tragedias, pero que “ya están trabajando en ello”. El mismo entusiasmo de un mecánico frente a un Volkswagen del 73.
Dios volvió a crear a Adán, pero le dio lucidez. “El Lenin de los Andes” dijo Cerrón de Castillo. De Leguía decían el Pachacutec…poco más y la reencarnación del Dalai Lama. Más, tras él la anarquía y la barbarie.
Recapitulemos. Bolívar, dadivoso, trozó nuestro territorio y casi lo hicimos rey. Con la anarquía militar fueron diversos los taitas salvadores, cada uno con una constitución al talle, porque en el Perú no hay constituyentes, hay sastres.
Piérola, Dios pequeño y sibilino, errático en la guerra, estadista en la reconstrucción, pero cuando despertamos de él…el Perú seguía allí. Leguía cuasi dios, Odría dictador, Prado frivolidad...El mesianismo no distingue, te lo venden sin estilo, raza ni ideología. Velasco, mesías nacionalista…de exportar azúcar a no exportar nada, importador de papas holandesas, hacedor de déficits... El estallido de fines de los 70 fue la bombita que dejó; el Estado en rojo de los 80, un Lego difícil de desarmar. Alan I, heterodoxo y locuaz, nos hizo a la condena de preguntar todos los días por el precio del pan.
Fujimori hizo el primer piso, tan bien que Toledo quiso ir por el segundo, metiendo pico, de paso, sobre la cabeza de su antecesor y, claro, “cabeza sobre el Perú”. Ambos la pasarían mal, pero el segundo, atiesado en el purgatorio y sin bajar. Luego vendría “la gran transformación”, Velasco reload, el fin de la Historia. Por Nadine, por Dios o por fortuna Humala no fue Velasco. Y allí estábamos, de los 90 al caso Odebrecht, buscando un inca, pero la historia parece más un concurso que una sucesión.
Si crees que por fin vino Dios, ¡Ojo! que “pueblo” y “pobres” es lo que más ha abundado en la boca presidencial desde Riva Agüero de 1823 al del Bicentenario. Si en esa fe seguimos, quien siga solo vendrá para remendar. Y los peruanos condenados a esperar que la vieja utopía republicana no sea más un sueño mesiánico; porque si ven, el Perú tiene más de Esperando a Godot que de la promesa en acuarela de Basadre: un trajín con menos de esperanza que de tribulación.
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