Maestros
El maestro que recuerdo es el señor que vendía papas rellenas a la salida del colegio, ese que esperábamos cada día a la hora de salida para reunirnos alrededor de su carreta y escucharlo, simplemente. El curso de historia era su favorito. Hablaba mucho de política, que entonces no entendíamos, y de su condición revolucionaria que nunca alcanzó el éxito. También conocía de literatura, de autores, de libros, y a veces recitaba algunos poemas que alguna vez declamó por amor. Esas eran nuestras mejores clases durante la secundaria, las que nunca podíamos olvidar mientras nos íbamos a casa comentando lo que cada tarde habíamos aprendido más allá de teorías, fórmulas y reglas gramaticales que seguro nunca utilizaríamos en la vida real.
Un día decidió dejar de lado la historia y la literatura, y nos habló de la vida. Algo le había sucedido, algo que jamás descubrimos, por cierto. No era el mismo. Entonces nos hizo ver todas las cosas que no nos habíamos dado cuenta en nuestros años adolescentes. Esa vez hasta lloramos y le mojamos las papas que se mosqueaban frías en las fuentes. Habíamos descubierto el lado humano de un hombre que ya admirábamos desde antes, que ahora no declamaba poemas de memoria, sino que nos restregaba la poesía en el rostro para desencantarnos de las utopías adolescentes. Desde ese momento, algo cambió en nosotros. Entonces comenzamos a respetarlo mucho más. Hasta le llevamos algún regalo por el día del maestro, porque eso significaba para nosotros, en su vejez, en su experiencia, en su forma de acercarnos a la vida. Así, se convirtió de pronto en un ejemplo, en una especie de héroe mundano que toda esa manada de escolares admiraba, un referente del que aprendimos más que en las aburridas aulas del colegio estatal.
Muchos años después, sin pensarlo, terminé siendo maestro y he pensado si acaso la educación debe tener el rostro de aquel hombre que jamás pasó por la universidad, pero que tenía una grandeza humana increíble. En nuestro país los maestros terminan siendo una especie de héroes infravalorados que muchas veces pasan desapercibidos, que luchan, que se esfuerzan y que se enfrentan a una serie de problemas más allá de sus labores pedagógicas. El reconocimiento a los maestros debe ser una prioridad en este país que se encuentra inmerso en la peor pandemia, esa que excluye a la profesión más importante que puede existir, esa que es la única que permite que las demás profesiones puedan existir.
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