Los “chicos” y los “colectivos”
A propósito de las protestas que se vienen dando en estos días, bueno es recordar las que las antecedieron en el pasado reciente. Así nos remontamos allá por los años 2014-2015 a la tristemente recordada protesta contra la ley de régimen laboral juvenil en Perú, la famosa “Ley Pulpín”; una norma absolutamente beneficiosa que en su momento sectores de la izquierda, progresía y caviarada se opusieron tenaz y furiosamente, y que a la postre fuera derogada por esa misma presión.
El resultado: jóvenes que se quedaron sin la posibilidad de conseguir trabajo, obviamente sin ningún beneficio laboral gracias a sus protestas (aquella ley les otorgaba algunos). Por aspirar a lo perfecto, se quedaron sin lo bueno. ¿Quiénes se perjudicaron... los empresarios, los cuatro gatos que gozaban —y gozan— de trabajo formal, la gente rica, la DBA? Para nada. Fueron esos jóvenes, la inmensa mayoría desempleados o subempleados —tontos útiles—, engañados por los políticos, medios de prensa y los mismos activistas irresponsables de siempre.
Luego, en noviembre de 2020, una serie de jóvenes (y algunos no tanto) salieron a protestar violentamente contra Manuel Merino con la consigna de que no los representaba, pese a que sucedió legítima y constitucionalmente al canalla, sinvergüenza y bien vacado de Martín Vizcarra; la denominada, pomposa y ridículamente, “Generación del Bicentenario” ¿La recuerdan? Hoy desaparecida, por cierto. Otra vez —y con un par de muertos encima— jóvenes utilizados para fines netamente políticos.
El resultado: un oportunista Francisco Sagasti y la argolla progre-caviar tomando por asalto el poder. La infame historia —y la prepotencia de esta gente— que rodeó aquellos días está grabada en la retina de quienes todavía tenemos buena memoria.
Finalmente, hoy nos encontramos con la “Generación Z” y sus marchas “pacíficas”, otros —o de pronto los mismos— jóvenes, esta vez extremadamente violentos, igual de confundidos y, por supuesto, utilizados por quienes solo pretenden desestabilizar al país, intentando infructuosamente crear el caos y la anarquía, destrozando —para variar— el centro de Lima.
Todos hemos visto (salvo el inefable cardenal Castillo) la extrema violencia y el vandalismo de quienes protestan contra todo y por todo. Ya ni se sabe cuál es el motivo. Por cierto, toda la artillería de la bien afiatada maquinaria caviar le carga las tintas a la policía (obviando que son gente del pueblo que solo cumple con su deber) por la necesaria represión contra quienes utilizan piedras y bombas molotov para “manifestarse”, olvidándose muy convenientemente que el monopolio de la violencia lo tiene únicamente el Estado (Max Weber dixit) para proteger a la sociedad de estas hordas de desadaptados.
Como de costumbre, toda la “gentita” que apoya estas marchas idealizándolas nos habla de “chicos” y, por supuesto, de los famosos “colectivos”. Lo hacen adoptando ese típico tonito y actitud condescendiente de quienes tienen la costumbre de presumir de una inexistente superioridad moral e intelectual, muy al estilo de lo más excelso de la progresía. Aburren. Cambio de canal.
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